Capítulo 26:piedras come cerebros

Comenzar desde el principio
                                    

Suspiré y mordí más mi muffin.

— ¿De qué hablas?—le preguntó Alba, que la miraba con una mezcla de curiosidad y miedo.

Amber suspiró.

—No sé si Atenea te ha contado, pero una vez le tiré las cartas de Tarot junto a Jude. Y pues ha salido eso: que iban a tener una noche salvaje que se vería interrumpida abruptamente.

Parpadeé y la miré fijamente. Diablos. No lo había pensado ni por un segundo.

—Oh, dios mío—susurré—. Es cierto. Pasó exactamente eso.

Amber sonrió aún más, y me dio un poco de miedo.

Yo seguía sin poder creérmelo.

—No lo sabía—dijo Alba, luciendo confundida—. Pero me alegro de que las cartas te hayan predicho algo. Algún día me las debes tirar a mí.

Amber asintió y dijo:

—Por supuesto. Pero primero que Atenea nos cuente su noche alocada.

Entorné mis ojos en su dirección y luego miré a ambas, que me miraban como si fuera a revelar un gran secreto cósmico.

Procedí a contarles todo: cómo Jude había aparecido, que lo dibujé y se quitó la remera, que tomé mucho vino, que una cosa llevó a la otra y terminamos haciéndolo; y luego lo que pasó con Cameron en la azotea. Omití la parte en la que me encontré a Jace y Alba. Luego les conté de nuestro trato de sexo sin ataduras, pero no les di los detalles de lo que pasó cuando se quedó a dormir. Demasiados detalles eran innecesarios. Por último, les dije que no se les ocurriese abrir la boca sobre Cameron y yo, y todo lo que les había contado.

Ambas me miraban serias, y cuando terminé de relatar lo último, ninguna habló. Eso me dio un poco de miedo, porque las dos eran unas cotorras.

— ¿Algún comentario?—pregunté, un poco temerosa.

Alba parpadeó y se relamió los labios.

—Todavía sigo procesando que Cameron haya leído el mensaje que te mandó Jude con el tema del condón—dijo.

Amber asintió efusivamente y la miró.

— ¿Cierto? Eso es tener mala suerte.

Puse los ojos en blanco.

—Pero gracias a ese mensaje ahora voy a tener sexo con el amor de mi vida. ¿Qué más puedo pedir?

Amber levantó una ceja.

—Oh, pues, no sé. ¿Un Ferrari? ¿No tener que ocultarle nada a nadie? ¿Salir en citas de verdad? No sé si me va mucho este rollo...

La miré un poco ofendida.

—Amber, tu misma haces estos rollos. ¿Cuál es la diferencia que lo haga yo?

Ella hizo un puchero.

—Que no quiero que ese bobo te termine lastimando.

Alba asintió.

—Amber tiene razón. Es medio raro el trato...

Tomé un sorbo de mi frappuccino. Necesitaba muchas endorfinas en este momento para no enojarme.

—Alba, tú también lo haces. ¡Tienes sexo con gente que ni siquiera conoces porque no quieres enredarte sentimentalmente!—me exasperé un poco y terminé gritándole.

La bibliotecaria apareció al lado nuestro, con una expresión de horror, y nos echó de allí.

No podía creer que nos habían echado de una biblioteca.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora