Kalet POV:

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Había luchado durante demasiado tiempo. Contra el dolor, contra el miedo, contra la ira, contra el hambre, contra el frío. Aun así, nada me había preparado para luchar contra el olvido.

Los días se fundían unos con otros hasta convertirse en años. Ya no sabía qué era real y qué no lo era y por mucho que había batallado finalmente empezaba a perder la cordura.

¿Quién era yo?

Ellos decían que Kalet Dubois había muerto hacía ocho años mientras intentaba huir para escapar de los cargos por contrabando. Decían que había discutido con dos de sus socios y algo había salido mal. Lo suficientemente mal como para que lo asesinaran brutalmente a golpes.

¿De verdad estaba loco?

Ellos decían que padecía un trastorno disociativo de la personalidad.
Que no era quién creía ser.
Que era otra persona.
Un veterano de guerra al que nadie recordaba. Un soldado licenciado por un terrible accidente en una planta de químicos.

Pero no era cierto.
No era cierto.
Les había dicho quien era.
Les había suplicado que me creyeran.
Que me dieran una oportunidad de demostrarlo.
Les había gritado mi nombre hasta que sentí que me sangraba la garganta.
Hasta que me quedé sin voz.
Pero ellos se negaron a oir.

Para el mundo Kalet Dubois había muerto hacía ocho años como un criminal, pero lo cierto es que Kalet Dubois vivía agonizando y moría una y otra vez. Día tras día.

Había muerto la noche en que fue brutalmente atacado. La noche en que marcaron su rostro desfigurándolo con ácido.
Había muerto otra vez, cuando despertó en aquella habitación de paredes blancas sin poder moverse, sin poder hablar.
Había muerto cuando se vio de nuevo en un espejo y no reconoció sus ojos en el rostro de aquel monstruo.
Había muerto cuando le llamaron loco y lo encerraron en esa oscura celda.

Kalet Dubois llevaba muriendo ocho largos años entre aquellas angostas paredes impregnadas de humedad y aquella mezcla repugnante de hedor a sangre y orina.

Kalet Dubois moría presa del hambre, hasta que su cuerpo era un saco de huesos. Moría de sed, moría de frío. Kalet Dubois moría de odio, de ira, de sed de venganza y vergüenza.

Pero sobre todo, moría de olvido.
Ya no recordaba las voces ni los rostros de aquellos que tanto había querido. Ya no recordaba el tacto de aquella mano amiga. Ya no recordaba la luz del sol, el olor a lluvia, los colores. Ya no recordaba ni su propio rostro.

Esa era mi verdad.
La verdad que nadie deseaba oír.
La verdad que el mundo se negó a escuchar.
Y ya no me quedaban fuerzas, ya no me quedaba voz para decirla.

Por eso hacía mucho tiempo que había decidido callar.
Porque las voces mentían.
¿Pero el silencio? El silencio decía siempre la verdad.

—¿A dónde estamos yendo? —Pregunta en la distancia una sedosa voz y puedo comprobar que definitivamente he perdido la cordura.

Aquella dulce voz no podía ser real.
No era más que un artificio de mi conciencia.

Sonrío sin ganas o al menos lo intento.
Las grietas en mis labios resecos me hacen imposible llevar a cabo una acción tan sencilla.

Había decido hacía días dejar de beber la escasa agua que me daban y también había dejado de comer los desperdicios que me ofrecían de alimento.
Esta vez, daba igual lo que hicieran. Estaba decido a poner fin a todo.

Supongo que mi plan estaba funcionando si mi adormecida mente evocaba dulces voces como esa.

—¡Dios mío! —La voz melodiosa se escucha con más fuerza y levanto la vista impulsado por el horror que la tiñe.

Le Sang Du Prince © [En Proceso] Where stories live. Discover now