Capítulo#1

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Rosemary Blake era una vergüenza.

Eso suponía que pensaban todos cuando me veían. O al menos eso me parecía leer en sus rostros severos mientras avanzaba por el amplio corredor de oficinas llevando mis escasas pertenencias en una caja junto a mis sueños destrozados.

Me habían despedido.
De nuevo.
Era la cuarta vez en los últimos dos meses y estaba empezando a creer que estaba arrastrando con un karma del pasado porque sólo así podría justificar mi mala suerte.

—¡Mira por dónde vas, niñata! —Espeta de malos modos un guardia de seguridad con el que casi tropiezo en medio de mi huída.

Y como si el destino aun sintiera necesidad de demostrar su punto acabo cayendo de bruces al suelo en mi intento por evitarlo.

—¡Maldita sea! —Bufo por lo bajo mientras froto mi pierna adolorida sintiendo más pena por haber rasgado mis únicas medias decentes que por el corte que me he hecho en la rodilla.

Definitivamente no había empezado la semana con buen pie. Y a juzgar por como pintaban las cosas iba a terminarla todavía de peor manera. Aunque para ser justa, empezar con buen pie no era lo mío.

—¡Esto es muy injusto! —Exclamo en voz alta llamando la atención de un par de transeúntes que me miran con pena.

Y como si ya no me viera lo suficientemente patética tirada en el suelo, con el cabello desordenado y las medias rotas, empiezo a llorar.

Gruesas lágrimas recorren mis mejillas y las aparto con rabia.

Mi vida no estaba ni remotamente cerca de ser justa.
Nunca lo había sido.
Podría culpar de ello a mi padre por abandonar a mi madre luego de arruinar su vida. O quizás debería culparla a ella por no tener la fuerza de voluntad suficiente para sobreponerse a las piedras que le lanzaba el destino.

¿Pero acaso importaba?
¿Cambiaría en algo mi actual situación si los culpaba a ellos dos de mi suerte?
No, ciertamente.
Solo sería una pérdida de tiempo.
Y tiempo era justamente lo que no tenía.

—Sophie. —Murmuro con un puchero mientras me pongo de pie.

Si de algo tenía que culpar a mi madre más allá de arrastarrme a su mala vida, era de no haber aprendido de sus errores.

Y aunque jamás calificaría de error el hecho de que hubiera decidido tener a Sophie, haberla abandonado al cuidado de su hija de 18 años antes de huir sin mirar atrás, sin duda alguna calificaba como uno.

Habían transcurrido ya dos años desde el día en que nos había abandonado y desde entonces la pequeña Sophie había pasado a ser mi responsabilidad.

Una responsabilidad que claramente me superaba porque hiciera lo que hiciera siempre acababa arruinándolo. Y ahora que había vuelto a perder el empleo ellos definitivamente me la quitarían.
Lo sabía muy bien.
Los servicios sociales me quitarían a Sophie y el único modo de evitarlo era que ocurriese un milagro.

—Por favor. —Supliqué, agotando la poca fé que me quedaba mientras elevaba mi mirada al cielo.

Implorar por que ocurriera un milagro era todo lo que podía hacer por ahora. Aunque huiría con Sophie si fuera preciso. No dejaría que nos separaran.

—Escuché que se avecina una tormenta. Tenga cuidado. —Comenta un anciano cordial al pasar por mi lado.

Yo suspiro pesadamente con mi atención aún dirigida hacia al cielo segundos antes de que caiga la primera gota.

—Mierda. —Siseo por lo bajo mientras me apresuro a recoger mis pertenencias desperdigadas en el suelo.

De más está decir que entre ellas no hay un paraguas.

Le Sang Du Prince © [En Proceso] Where stories live. Discover now