↳ Capítulo 27.

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Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a tierra.

Cuando el avión aterrizó y bajé de éste, supe que ya no había vuelta atrás, todo había acabado, aunque hubiera acabado mal. Fui por mis maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto. Eran las once de la noche con cuarenta minutos. El vuelo había durado un poco menos de las dieciocho horas.

Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome a abotonarme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

—¿A dónde vamos?— preguntó el taxista, habiendo subido mis maletas azules a su cajuela.

—A las afueras de Seúl— dije subiendo a la parte trasera del auto amarillo, dándole mi dirección.

El taxi arrancó bajó la lluvia torrencial y me encogí de frío en el asiento. En este diciembre la temperatura estaba mucho más baja que en cualquier otro diciembre que yo hubiera recordado.

El aliento salió de mi boca convirtiéndose en un vapor instantáneo. Mis labios fríos anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido.

Luego de media hora y ya pasada de la medianoche, por fin divisé mi calle y la casa en donde la segunda planta me pertenecía. Por fin, allí estaba mi hogar.

—Aquí es— le avisé al señor para que aparcara.

Se estacionó cerca de la vereda y me ayudó con las maletas, de nuevo. Subí rápidamente para tomar algo de dinero para pagarle y cuando me había quedado sola por fin en mi casa, comprendí que así estaba, sola.

No tenía sueño, pero sí estaba cansada. Me cambié de ropa y deseché la mojada en una canasta para lavarla al día siguiente, luego me arrimé a la ventana con mi cabello aún mojado y una taza de chocolate caliente que me había preparado.

Miraba cómo las gotas resbalaban por el vidrio y cómo la lluvia se hacía visible al atravesar la luz de la lámpara de la calle. Me sentí vacía y entonces comprendí, aquí no era donde pertenecía, porque mi corazón se había quedado en Reino Unido, y el hogar está donde se había quedado mi corazón. Pero ya no importaba, estaba dispuesta a vivir sin corazón lo que me quedara de vida.

Tenía que hacer de todo para mantenerme despierta durante el día, el dolor era bastante y eso ayudaba a que no tuviera descanso. Decidí desempacar, así gastaría tiempo hasta que fueran las diez de la mañana, aunque seguro me tardaría más de dos horas en acomodar mis cosas.

Saqué primero toda mi ropa y la colgué de nuevo en el armario, eso me llevó un poco menos de una hora. Sentía sueño, pero no debía dormirme si quería adaptarme a este horario, así que opté por llamar a Eunwoo. Era mi amigo desde que empecé a trabajar en fotografía, lo había conocido y desde entonces, cuando alguna oportunidad se nos presentaba a alguno de los dos, allí estaba el otro apoyando.

Tecleé su número en mi móvil y esperé que sonara.

—¿Jisoo?— preguntó, meramente sorprendido.

—Hola, Woonie.

—¿No sale costosa la llamada?

—Emm... no, no si llamas de la misma ciudad.

—¿De la misma ciudad?— inquirió bastante confundido.

—Estoy aquí, Woonie— musité.

—¿Estás aquí? ¿Tan pronto? ¿En serio?

Manual de lo prohibido | ChaesooWhere stories live. Discover now