↳ Capítulo 23.

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Rosé me sujetó de la espalda, temerosa de que me cayera.

—Usted señorita, no tiene por qué tocarme—, retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

—Será mejor que nos vayamos, Jisoo. Félix...— sacó su billetera y luego de ella, un par de billetes que aventó sobre la barra. —Quédate con el cambio. Gracias por llamarme.

—¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso?— la miré, aún ceñuda y con voz torpe.

—Vámonos, Jisoo.

—Pues yo no me quiero ir— rezongué y luego me crucé de brazos.

—No seas ridícula, Jisoo. Vámonos—, me instó a seguir caminando, pero me detuve y luego me tambaleé por el esfuerzo. —Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré— me advirtió y me miró seria.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos la una a la otra, pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos claros color avellana, protagonista de mis sueños.

—De acuerdo—, farfullé. —Tú ganas. Siempre ganas—, hice un mohín y luego me dí la media vuelta para dirigirme a la salida. Algo que hizo que me mareara.

Pude sentir una firme y fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago.

Maravilloso. Incluso ebria y torpe, Rosé provocaba esas reacciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente.

Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente y que el aire me movió los cabellos, quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñuda.

—¿Qué pretendes, Park?— mi voz me parecía incluso más torpe.

—Sacarte de aquí sana y salva, vámonos— me apuntó el auto del que era dueña, animándome a que subiera.

—No—, me crucé de brazos. —Ya me sacaste de allá adentro, ya déjame aquí— le hice un gesto con la mano para que se fuera.

—Jisoo, por favor, súbete—. Me rogó seria.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aún cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

—¡Jisoo!—, exclamó, ordenando que parara, pero la ignoré. —No seas terca.

Seguí caminando, o al menos lo intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.

—¿Qué haces? ¡Suéltame!— intenté luchar. —¡Park, déjame!— pero mis intentos fueron sólo fracasos.

Rosé caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume femenino que me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz. Ella depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso, pero mi cintura aún estaba fuertemente ceñida por su mano.

Me tenía aprisionada.

Abrió la puerta del copiloto de su auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrar.

—No soy una bebé—. Mascullé.

Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

Manual de lo prohibido | ChaesooWhere stories live. Discover now