20 | La lista de Connor

Comenzar desde el principio
                                    

Ahora, en junio, los días tampoco son demasiado largos; el sol empieza a caer a las siete de la tarde, pero nunca oscurece del todo. Connor dice que no volveremos a ver la noche hasta mediados de agosto. A mí me gustaría que el verano —o la primavera, no entiendo las estaciones de este sitio— durara para siempre. La luz azulada de nuestro atardecer eterno es preciosa para hacer fotografías.

—¿Te apetece pasarte por mi casa? —me propone Nora una vez que salimos de la academia. Hoy lleva una diadema grande y roja que mantiene sus rizos a raya—. He comprado varias plantas nuevas y me vendría bien algo de ayuda para saber dónde colocarlas. A Sam le traen sin cuidado esas cosas.

Me ha bastado con visitar el apartamento de Nora un par de veces para descubrir su pasión por la naturaleza. Tiene flores, macetas y enredaderas por todas partes. Es una casa muy pequeña y dudo seriamente que tenga espacio para más plantas, pero no voy a negarle ayuda a una amiga en apuros.

—¿Te viene bien el sábado por la mañana? Connor se ha empeñado en salgamos con las bicis todas las tardes y hoy no puedo escaquearme. Pero el sábado podría ir temprano, ayudarte con eso y quedarme para el almuerzo.

—El sábado, entonces. —Esboza una sonrisa divertida—. No seré yo quien se interponga entre tú y tu futuro como ciclista.

Resoplo con amargura

—Tengo todas las piernas llenas de arañazos —me quejo, girándome para enseñárselos. He tenido que ponerme pantalón corto, aunque hoy haga un poco más de frío, porque los largos me raspan las heridas.

Nora se echa a reír.

—Suerte con ello, deportista de élite. Nos vemos mañana. —Me da un abrazo rápido—. Dile a Connor que empiece a cuidarte mejor o se las verá conmigo.

Me despido de ella con una sonrisa. Después, me pongo los auriculares y emprendo el camino de todos los días hacia la parada del autobús. La mayoría de las veces hago el trayecto con Niko porque tengo que llevarlo a sus clases, pero también lo disfruto cuando viajo sola. Me encanta relajarme contra el asiento y escuchar mis canciones favoritas mientras admiro el paisaje. Hoy voy un poco más tarde de lo normal, por lo que espero que Connor me mande un mensaje para preguntarme dónde estoy. No ocurre. Y tampoco está esperándome sentado en el porche, como de costumbre, para que cojamos las bicis y salgamos a practicar.

Pese a que su ausencia me descoloca un poco, decido no darle la menor importancia. Hoy casi no nos hemos visto. Esta mañana se ha levantado muy temprano para ir al almacén y yo no he vuelto a casa para el almuerzo porque he ido con Nora a comer. Subo a mi habitación a ponerme la ropa de deporte, por si acaso, y, cuando bajo, me encuentro con Hanna en el pasillo.

Sus ojos azules se posan, preocupados, sobre los míos.

—Está en su cuarto —dice, sin necesidad de que le pregunte nada—. Ten un poco de paciencia con él hoy.

Ahora sí, la inquietud se me cuela en el estómago. Pese a eso, dudo. Nunca he dejado que los padres de Connor me vean entrar en su habitación. Como si supiera lo que estoy pensando, Hanna me dedica una sonrisa forzada y se mete en el salón. Decido tomármelo como una señal de que tengo vía libre para ir a buscarlo.

La puerta de su dormitorio está entreabierta. La toco suavemente para anunciar mi presencia.

Hei —saludo a Connor con prudencia. Está sentado frente al escritorio, sumergido en sus apuntes. He descubierto que es muy metódico a la hora de estudiar. El trabajo en la tienda le dificulta seguir un horario fijo, pero saca horas de donde no las hay y tiene el temario perfectamente organizado. Aunque él no me lo ha dicho, apostaría lo que fuera a que es un cerebrito.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora