Prólogo

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Las adorables risas a su alrededor lo hacen sonreír mientras retira hierva mala del pequeño cultivo que han logrado hacer crecer tan bien; el día es soleado, pero el calor no es sofocante y eso lo hace un clima esplendido, ya que solo es necesario un sombrero de ala grande para protegerse de los rayos del sol.

— ¡Profesor! —el llamado de uno de sus alumnos lo hace levantar la mirada de la tarea que se encuentra realizando— ¡Mire lo que puedo hacer! —Observa gustoso como su pequeño alumno se baja por la resbaladilla acostado boca abajo, aplaude ante el logro y varios niños imitan su acción.

— ¡Tengan cuidado!

— ¡Sí!

Pone los ojos en blanco, volviendo a prestar atención al huerto y termina por retirar lo último que aquellas malas hiervas, las cuales siguen apareciendo porque no ha sido capaz de arrancarlas desde la raíz. No es una tarea complicada, sin embargo, no es algo a lo que pueda dedicarle mucha concentración o tiempo cuando tiene a tantos niños bajo su cuidado. El más mínimo accidente puede volverse una completa locura con las madres y padres.

Guarda todo lo desechable a un costal de tela, el cual cierra con un sencillo nudo y lo deja en la entrada del huerto al salir, retirándose los guantes para colocarlos en la cerca que divide ese pequeño espacio del resto del lugar. Suspira, estira los brazos hacia arriba para liberar la tensión en la espalda y sonríe al escuchar el crujir de su espalda. No es alguien viejo, pero ha vivido lo suficiente como para sentir satisfacción al escuchar semejante sonido.

Sacude los hombros y luego la cabeza, retirándose la pesadez y los deseos de tomar una siesta. Camina hacia sus pequeños niños, todos ellos dejan de hacer sus juegos individuales para rodearle por completo en espera de que diga algo.

No es de sorprenderse, él tiene ese encanto.

— Bien, ¿se han estado divirtiendo? —los niños, todos ellos, responden con un efusivo "sí" y no duda en asentir con agrado por la respuesta positiva— Perfecto, entonces nosotros —El sonido de disparos a lo lejos lo hace callar, hace una mueca de desagrado y ve hacia la dirección aproximada de donde pudo haber provenido el ruido tan molesto—. Vayamos adentro, ¿sí?

— ¡¿Qué?!

— Profesor, no ha jugado con nosotros.

— Eso es injusto.

— ¡Quiero seguir jugando fuera!

Suspira ante los reclamos de los menores, pero no puede molestar con ellos en realidad. Son solo niños, y lo que suena son disparos, así que prefiere escuchar los berrinches de los infantes que las chillonas voces de los padres. Levanta ambas manos a la altura de su cabeza, haciendo una expresión de sorpresa antes de empezar a avanzar con movimientos imitando a un robot.

Los niños primero lo ven con confusión, luego una gran sonrisa se expande por sus rostros y al escuchar sus pequeños pasos seguirlo, se obliga a contener una expresión de victoria. Es fácil ganarles, no hay duda; solo es cuestión de fingir que han ganado, cuando claramente han perdido.

— ¿Itadori? —La voz de su amigo lo hace maldecir por dentro, seguramente se ve como un idiota— Luces como un idiota, ¿qué estás haciendo?

— No soy Itadori —dice haciendo una pausa entre cada silaba, moviendo los brazos arriba abajo sin separar los codos de la cintura—. Soy un robot.

— Ah, ya. Sí, definitivamente tú irás primero al asilo —Pone los ojos en blanco ante eso, pero le agrada que sus niños ignoren por completo al recién llegado—. El director pidió llamar a los padres de todos los niños para que pasen a recogerlos; una pelea inició cerca de aquí.

Domador de BestiasWhere stories live. Discover now