Capítulo XV: Eran uno (III/III)

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Miles de hilos argentos se unían de forma incesante, una madeja enorme se desenredaba para luego entretejerse y formar un árbol enorme, brillante y plateado

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Miles de hilos argentos se unían de forma incesante, una madeja enorme se desenredaba para luego entretejerse y formar un árbol enorme, brillante y plateado. Al cabo de un tiempo, la labor terminó, en la extensa pradera verde se erigía un enorme abedul, cuyas ramas ascendían y se perdían entre las nubes. Estas ramas no eran como las que había visto antes, desnudas de hojas. Por el contrario, un tupido follaje las colmaba y se agitaba sacudido por una agradable y tibia brisa. El árbol también tenían frutos rojos y grandes. Cuando estos cayeron al suelo, de cada uno de ellos brotó un ser divino: Virt, el anciano dios de la sabiduría; Eyras, diosa de la curación; Angus, del amor y la juventud; Saagah, el poderoso dios de la guerra.

Una diosa tenía en sus manos la madeja de hilos plateados, al soltarla, de ella se formó el dios Surt, tejedor de los hilos del destino. De cada uno de sus dedos salían cientos de hilos delgados, casi invisibles. Olhoinna y él admiraron su creación: los otros dioses recién nacidos. Ambos vieron que cada uno era hermoso y fuerte, con habilidades únicas, luego se marcharon juntos y escalaron las ramas del árbol hasta el palacio de todos ellos en el geirsholm.

En la pradera desierta solo existía el árbol en el centro de ella. Un poderoso viento agitó sus ramas y las hojas se desprendieron. Al caer al suelo se formaron criaturas: primero los alferis, semejantes a los dioses en apariencia y poder; luego las hadas y a esas siguieron varias decenas de otros seres, hasta que por último se formaron los humanos de las hojas más débiles y que ya no tenían tanto savje.

Cada criatura pobló un espacio de la pradera, se asentó y se reprodujo. El Björkan ya no tenía hojas, solo ramas desnudas, sin embargo, en una de ellas se formó un fruto rojo, redondo y más grande que aquellos de los cuales se formaron los dioses. El fruto cayó al suelo y se rompió, el savje se derramó y de inmediato brotó un nuevo ser.

Hermoso, más que cualquiera que se hubiera creado antes, tenía la piel blanca, la mitad de su cabello era negro y la otra como plumas de cisnes. Los ojos, de un gris claro, transparentes, emulaban el agua, sus facciones delicadas, las de una mujer; sin embargo, no tenía pechos y las caderas afiladas eran similares a las de un hombre.

Olhoinna y Surt acudieron a conocer al nuevo dios, le llamaron Erin, el protector de todas las criaturas, tanto de las que tenían savje como de las que carecían de este.

Olhoinna lloró al contemplar lo hermoso que era y de sus lágrimas creó un medallón, que le regaló al dios recién nacido. Erin lo tomó para depositar en este la justicia. Surt, a su vez, con sus hilos formó una espada, brillante y plateada, para que con ella el dios administrara esa justicia.

De esa forma, el dios Erin tenía el poder de juzgar a las almas y administrar en ellas la justicia según su criterio, También tenía el poder, a través del medallón, de aumentar o disminuir la magia de todos los seres del mundo.

Erin era un dios poderoso y bueno, que se encargaba de mantener la paz en Olhoinna.

Casi todas las criaturas le pedían, mientras el resto de los dioses recibía muy pocas plegarias y los seres mortales comenzaban a olvidarlos. Los dioses se angustiaron y acudieron a Surt, dios del destino. Le consultaron cuál sería el de ellos, si sería que acaso desaparecerían consumidos por el poder del nuevo dios Erin. Los hilos del destino de los dioses no pueden ser visualizados, así que ni siquiera Surt podía saber de qué forma se entretejían.

Augsvert III: la venganza de los muertosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant