Capítulo 3

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Tenía mucho sueño, pero no podía permitirse dormir. El sonido del trueno, los destellos de fuego sumados al incipiente calor que le daba su armadura. Los gritos de dolor de sus compañeros menores, y de los enemigos de negra armadura.

Los cortes de su espadón los partía a la mitad mientras continuaba avanzando por los pasillos de la fortaleza.

Los cuerpos leales y traidores se acumulaban por los suelos hasta llegar a la sala del trono, custodiada por una escuadra de marines acorazados traidores. Con la luz de su espada segó sus vidas sin ningún problema, este era su poder y su fuerza. No necesitaba ninguna cadena para reprimirse.

No necesito ninguna orden ni ayuda, no podía esperar. Él lo necesitaba para ganar a su hermano, y solo se llevó a Angela con él. La tentación incluso afecto a su Guardia Dorada, no había posibilidades de que su batalla fuese al favor de padre.

Cuando el crujido de las pesadas puertas resonó ante su poder, rompiendo la presión caótica del archi traidor. Cuando sus grisáceos ojos vislumbraron la dorada silueta angelical desplomándose de espaldas sobre las escaleras. Su cabello dorado salpicado por su propia sangre, la mueca de dolor de su rostro mientras sus ojos perdían el foco.

— ¡Horus!

Los ojos de Jon se abrieron de golpe, más por la molestia del sol golpeando su rostro a través de las cortinas, todo mientras arrugaba su rostro ante el nauseabundo olor del ambiente para forzarse a incorporarse de la cama. El dolor que se empezaba a extender desde su lumbago.

— Tómalo con calma, hombrecito.

— Tormund.

A su lado se alzaba el viejo "Matagigantes", con la sonrisa de oreja a oreja mientras le ofrecía el "escaso" contenido de su cuerno. Jon no pudo evitar soltar una suave risa ante la amistad del señor de Casa Austera, una risa que se contagió al anciano mientras el sonido de las crudas botas acercándose a las puertas finamente decorada con los grabados de dragones entrelazados. Con el crujido de las bisagras ante el esfuerzo, los rostros sonrojados de sus leales amigos.

— ¡Jon! — Su unísono grito, acompañado por sus sonrisas y las lágrimas, termino con Edd, Pim, Sam y Grenn a su alrededor luchando por no lanzarse sobre él para abrazarlo. — ¡Nunca he rezado tanto como por ti, Jon no vuelvas a darnos estos sustos!

Esta vez se permitió rugir de la risa, podía sentir como el aire a su alrededor empezaba a vibrar a su ritmo. Todos empezaron a asombrarse por el notable cambio de su amigo, sobre todo en los tres años de la guerra de la Larga Noche. De ser uno de los más pequeños, reservados y tímidos de todos los reclutas a ser tan alto como un gigante, tan fuerte como varios mamuts juntos y sobre todo capaz de inspirar a otros a la grandeza.

— Jon, ¿cómo estás? — La débil vocecilla del gordo Tarly se alzó incluso sobre su risa del miembro del Pueblo Libre. — Llevas durmiendo casi tres meses, temíamos que nunca despertases.

— Y yo no deje de deciros que este "follagigantas" no moriría por un pequeño mordisco como ese, después de todo un semidios tiene una polla como esa. — Un simple comentario que logro sonrojar a los jóvenes, pero sacando una estridente risa del exterior de la habitación. Allí apoyadas en los marcos de la puerta doble se alzaban las figuras de una norteña y una dorniese de la arena. — Las hijas sureñas ya están esperando a su campeón.

— ¡Cállate salvaje!, si no recuerdo mal eras tú quien no dejaba de maldecir para que se levantase. — Fiera y alta esa era la voz de la señora de la isla del Oso, Dacey Mormont. — ¿Qué tal estás? Aparte de no tener cicatrices por casi perder la garganta.

— Aparte de que tras meses durmiendo sigues teniendo un cuerpo esculpido, es una pena que no pueda envainar tu espada sin matarme. — Con ese tono irascible, Jon no necesitaba el uso de sus dones para averiguar que realmente lamentaba no poder unirse a él. Aunque pudiese sobrevivir Jon no iba a hacerlo. Yngritte agonizando en sus brazos aún estaba ardiendo en su corazón. — Ahora que te has despertado, es hora de que la corte se entere y las fulanas vengan a ti como moscas a la miel.

— ¡Sí, el rey mismo no paro de decir que te legitimaria como un príncipe! — Una vez más Sam alzo su voz sobre el resto, la sonrisa de su cara era más que reconfortante. — ¡El príncipe Jon de la casa Targaryen, el último Héroe!

Jon no pudo evitar empezar a reír, no sabía si agenciar esa risa a la cara regordeta de Sam al sonreír o la cara de Edd ante la posibilidad de ser amigo de un príncipe.

Realmente se sentía bien reírse después de tanta oscuridad y tristeza, sentía como su corazón se aligeraba un poco, pero aquella sensación que le brindo fuerzas e inundo su mente, aquel resplandor dorado sanando sus músculos y su alma.

— Llevo durmiendo demasiado tiempo, no hagamos esperar al rey. — Lentamente, el colosal cuerpo, que para muchos debía de tratarse de un elegido de los Dioses Antiguos y Nuevos, termino de incorporarse en la cama mientras apartaba las numerosas mantas negras y bermellones. Bajo sus ojos grises su cuerpo, amorfo y antinatural, había sanado demasiado rápido sus heridas, solo aquellas demasiado graves o anteriores a su mutación seguían presentes como viejas cicatrices. — Es hora de moverse.

Cuando se alzó fuera de la cama confirmo que estaba completamente desnudo, impulsándolo a usar las mantas para cubrir su desnudez, aunque su prioridad fue cambiada a sujetar su cabeza al golpearla contra el techo de la habitación.

— Sí... es más grande que la de mi caballo. — No necesito mirar para confirmar que Obara seguía mirando, comiéndolo con la mirada, su cuerpo. No tenía por qué molestarse en ocultarlo, de todas formas, si lo hiciese con ella la mataría por desgarro.

Tras buscar un poco en uno de los arcones pudo recuperar sus viejos pantalones y calzones, sin dudar un solo instante en ponérselos, para molestar y terminar la sangría que ambas mujeres le hacían con la mirada, dejando su torso al descubierto y todas las cicatrices a la vista.

No fue difícil aislar los gruñidos y bufidos de las guerreras, logrando distinguir el suave taconeo de un grupo femenino sureño acercándose al aposento. No paso mucho tiempo para comprobar que ese grupo no eran un grupo de sirvientas, la rojiza melena de su hermanastra y de su hermanastro entraron apartando a las guerreras. El azul de sus ojos brilló con fuerza, desde que los vio en la corte cuando irrumpió en la misma soltando a un espectro frente a ellos habían cambiado a mejor, mientras se acercaban a la cama los ropajes ligeros del sur con los colores de la casa Stark.

— ¡Jon! — La sensación de tener los delgados brazos de Arya tratando de abrazar sus caderas, quedándose así colgando, era agradable. Su carrera había sido percibida en cámara lenta y aunque prefiriese cargarla en brazos iba a dejarla demostrar su cariño.

— Hola cachorro. — Intento acariciar su cabeza, como cuando aún solo eran la hija menor y el bastardo, para terminar, dudando al comprobar que ahora su mano podía cubrir completamente su cabeza. — Has encogido.

— La realidad es que tú has crecido Nieve, ¿o prefieres "mi príncipe"? — La sonrisa en la cara del heredero del Norte logro sembrar una en los labios de Jon, mientras la menor aflojaba su agarre para empezar a golpear su pierna izquierda tratando de volver a ser el centro de atención.

— ¿Celoso Stark? No te preocupes, seguro que en un par de meses obtienes una barba como la mía. — La sonrisa de sus labios se mantuvo durante todo el tiempo que mantuvieron la mirada, rompiéndose cuando sintió el abrazo de su medio hermano. — Venga, que estoy bien. No es como si me fuese a morir si no me miráis.

La reunión continúo entre risas y charlas, todo mientras seguía ajustando sus ropajes. Por dentro sabía que sus palabras y sus actos estaban mal, desde su lejana charla con Luwin sobre los dioses ruinosos había tenido sueños verdes y muy recurrentes, todas con un futuro oscuro, uno donde solo existía la guerra.

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⏰ Last updated: Apr 28 ⏰

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Jon Targaryen, Primarca De La Segunda LegiónWhere stories live. Discover now