Constantino había intentado varias veces salirse de las ataduras para ir hacia ella, pero se detuvo con la mirada que le había dado Gianna.

No había gritado ni una vez, no tan siquiera en su cara había muestra de que le doliese.

Recordaba la primera vez que había dominado el arte de aislar su mente del resto de su cuerpo, era invierno y su padre la tenía desnuda, atada a un poste fuera de la casa a expensas de que los lobos vinieran y se llevasen un trozo de ella. Su cuerpo temblaba incontrolable, hacía dos días que no le daban de cenar y su espalda tenía costras de sangre porque no la habían curado, ni tan siquiera aseado. Ese día su único puerto seguro, su hermano Vincent, había aportado la idea de dejarla afuera sin ropa toda la noche. Algo se había roto en ella de manera irreparable y el odio por su familia fue la enfermedad que se incrustó en cada parte de su ser. No descansaría hasta verlos todos muertos. Algo en su cerebro hizo clic y el frío ya no era frío, ni su espalda gritaba por un poco de atención, su cuerpo dejó de moverse y su respiración se ralentizó en un suave y pausado ritmo.

Se estaba calentito aquí, no había dolor y nadie la podía lastimar nunca más. Alguien más se había convertido en ese abrazo y ese beso que le había faltado, ella misma se transformó en todo lo que le faltaba y más.

—¡Maldito hijo de puta! —gritó Dylan forcejeando al igual que Renzo. —Detente.

El cuchillo navegaba por la piel de Gianna como un lienzo reciclado dejando a su paso trazos de hilos gruesos de sangre. El dolor no la mataría, pero la exangüinación si.

—El hermano prodigo. —Vincent le lanzó una mirada de asco. —Debí deshacerme de ti en cuanto supe que habías ocupado mi lugar, no bastó delatarte y joderte la misión, debí sacarte los ojos yo mismo. No importa, tendré mi tiempo contigo.

La sangre goteaba desde la espalda hacia la punta de los dedos de los pies, el pantalón gris que portaba se había transformado en un rojo oscuro. Renzo sabía lo débil que había estado Gianna antes de que el psicópata interviniera, le dolía cada una de las heridas que veía en su cuerpo delgado y laxo. Habían implementado con saña todo tipo de daño y no se había oído ni un suspiro de ella. No sabía si estaba muerta o si solo se había desmayado, dentro del pecho algo caliente se expandió al verla de aquella manera, le corroía las venas. Solo habían pasado media hora y se sentía como semanas bajo aquella tortura visual.

—Yo sé que puedes oírme, hermanita, como también sé que nada de esto hará que grites, pero servirá a mi propósito, porque sé lo que pasa cuando dejas sentir todo de nuevo. —la risa baja de Vincent hizo eco tétrico en aquel almacén. Caminó hacia los William y Calavera quienes tenían lágrimas surcadas en las mejillas. —Quiero que sientas, porque si no...—agarró a Constantino del pelo y lo arrastró frente a ella. —Él conocerá lo que es ser parte de la familia Santori, al fin y al cabo, dice que eres su madre.

Constantino se removía para salir del agarre cruel de Vincent mientras este le quitaba la ropa y gritaba a uno de sus hombres que trajera un mechero. Renzo se volvió loco contra las cuerdas cuando supo lo que haría el maldito.

—¡¡Suéltalo, házmelo a mí, hijo de las mil putas!! —gritó.

El cuchillo que descansaba bajo las flamas del mechero bailó cerca de la piel expuesta del niño.

—Te dije que te destrozaría de adentro hacia afuera. —miró a Renzo con una mirada sádica. —Disfruté ver como el querido hermanito se transformaba en una mentira con la caja que te envié y amé como te volviste loco de ira y dolor cuando la acorralé para que se desenmascarara. Los Calaveras me debe sangre y no voy a escatimar en creatividad. —Miró a Gia. — A no ser que me de lo que quiero.

Stiletto VendettaWhere stories live. Discover now