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—Te extrañamos anoche después de la cena—. La declaración de Vera no era ni si quiera por una pizca un regaño, pero Valentina podía sentir un toque de tristeza en su voz. Valentina debería haberle dicho al menos a alguien iba a salir, pero las reglas eran algo confusas. Claro, Valentina se estaba quedando bajo su techo, pero ella no vivía allí. Era una mujer adulta que no necesitaba permiso para salir a correr, pero Valentina se sentía culpable por ello.

—Oh, salí a correr—. Cerrando el grifo, Valentina puso su taza de café limpia en el estante y se volteó hacia Vera. —Lamento no haber preguntado—.

—Oye, eres una adulta—. Vera dijo relajadamente. —Me alegro de que estés saliendo y haciendo amigos—. El brillo en los ojos de Vera no pasó desapercibido. Sacando una taza limpia del gabinete, Vera la llenó hasta el borde con café.

Cuando Valentina había llegado a casa la noche anterior, había notado que la luz del porche estaba apagada. Sin embargo, cuando caminó por la acera, la luz estaba encendida. Alguien, probablemente Vera por la forma en que estaba sonriendo, sabía que Juliana la había ido a dejar. Ese detalle hizo que Valentina se sintiera un poco incómoda, y caminó alrededor de la isla de la cocina hacia el dormitorio. Podía escuchar los pasos de Vera cerca detrás de ella y sabía que, a pesar de sus mejores esfuerzos, la conversación no se había terminado.

—Lo siento, no quise insinuar nada—.

—No lo hiciste.— Valentina se dejó caer en el borde de la cama mientras cruzaba las piernas para ponerse los zapatos. Apoyada en la puerta, Vera miró por encima de su humeante taza de café a Valentina.

—Juliana es una gran chica—.

—Puedo decirlo—.

—Es divertida y dulce, pero es tímida hasta que la conoces—.

Uhum.— Terminando de atarse las zapatillas de tenis. Vera asintió firmemente mientras tomaba otro sorbo de su café. Sus ojos azules tenían una alegría que hacía que Valentina pusiera los ojos en blanco.

—Es genial que ustedes dos se estén haciendo amigas—.

—¿Quiénes se están convirtiendo en amigas?— Lucía apareció en la puerta junto a Vera, tomando la taza de café de la mano de su esposa y tomando un sorbo antes de gruñir la nariz al café negro. Le devolvió la taza a Vera y la besó en la mejilla. Miró a Valentina y sonrió. —Te extrañamos anoche—.

—Ella salió con Juliana—. La forma en que Vera dijo su nombre no pasó desapercibida para Valentina.

—¿Oh?— Lucía inclinó la cabeza hacia ella y entrecerró los ojos.

—Salí a correr, pasé por el bar, tomé una copa y se estaba haciendo tarde, así que Juliana se ofreció a traerme a casa, para que no tuviera que regresar corriendo en la oscuridad—. Valentina levantó las manos en señal de rendición. —Eso es todo.—

—Oh, cariño, no quise ...—

—Está bien—, Valentina interrumpió a Vera.

—Bebé, ¿por qué no nos das a Valentina y a mí un minuto para discutir eso de lo que hablamos anoche, hmm?— Las cejas arqueadas de Lucía eran claramente su forma de hacerle saber a la gente que hablaba en serio. Asintiendo con la cabeza, Vera se volvió sobre sus talones y desapareció por el pasillo cuando Lucía entró en la habitación. Cerró la puerta detrás de ella, y Valentina se sintió como si fuera una adolescente en problemas. ¿La iban a echar? ¿Decirle que tenía un toque de queda y necesitaba avisarles cuando iba a salir?

—¿Estoy en problemas por no decirte que me iba anoche?—

—Carajo, no—. Tomando asiento en la tambaleante silla del escritorio, Lucía la cruzó piernas y se inclinó ligeramente hacia adelante. —Quería hablarte sobre el apartamento del garaje. No es mucho; necesita una limpieza, estoy segura, pero te daría más privacidad si lo deseas. Significaría que podrías evitar las pláticas matutinas con Vera, que, lo sé, puede ser mucho—.

Mi HogarWhere stories live. Discover now