32| Quise saber la verdad

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En realidad sí había visto cosas así, en mis sueños.

—¿No pensás decir nada? —Dejé de presionarme las sienes y lo fulminé con la mirada.

Ezequiel me quitó el cigarro de la mano, fumó una calada. La estática que se creó entre ambos me cosquilleó en la punta de los dedos. Me daba bronca que el señor "yo tengo una opinión de mierda sobre todo" ahora cerrara esa tremenda boca suya. Me ponía peor considerando el caos que mi ataque de ira había generado.

«Emile se merecía que le reventaras la cabeza, quedate tranquilo».

No me tranquilizó para nada, pero me distrajo con el humo que sopló en mi cara, quedó flotando junto a la niebla que se formaba alrededor de su nariz.

Se acercó más y sus palabras se colaron en mi mente.

«En Lihuén hay un tipo de gente muy especial, no es fácil tratar con ellos».

«Los cuervos son como una puta plaga».

Él negó. No me refería a ellos.

«¿Quiénes entonces?»

Los nervios me traicionaron, traté de recuperar el cigarro, pero estiró el brazo y con su otra mano envolvió mi muñeca.

«Quédate quieto, no te olvides que estamos en tu techo y vos estás sufriendo los efectos del estrés post trauma».

Tragué, presionando la mandíbula.

—¿Qué te pensás que sos? ¿Mi psicóloga? —discutí.

Traté de no prestar atención al hecho de que me estaba tocando, y la fuerza de su agarre me dejaba flotando a centímetros del espacio suave entre el músculo firme de su hombro y su cuello. Hasta que volteó para mirarme a los ojos y noté que sin querer le había dado la excusa perfecta para distraerme.

Ezequiel puso el cigarro entre mis labios con una mueca de satisfacción.

—A ver, dale.

Lo dijo como si pudiera ver a través de mí, y fuera consciente del hambre que me provocaba. Me retaba a moverme primero, lo que tranquilamente podría destrozarme un hueso, ya que estaba haciendo equilibrio a más de tres metros del suelo. Aun así, la sensación de calidez que me atravesó el brazo y su sonrisa pícara me hizo olvidar cualquier lógica. Me mareó la necesidad de probar sus labios.

Necesitaba juntar toda mi fuerza de voluntad para seguir con la conversación y no comerle la boca ahí mismo.

—¿De qué tipo de gente hablas?

Levanté la vista de su boca por un microsegundo, antes de que su mirada bajara a mis manos y se pasara la lengua por los labios.

—Te lastimaste. —Frunció el ceño hacia los cortes en mis palmas, tenía hasta las uñas manchadas de rojo. Pasó los dedos por los coágulos de sangre que no terminaban de formarse, tratando de calcular el daño y sentí una punzada de dolor—. Me parece que esto necesita sutura.

—Me hice mierda. —El sudor frío me recorrió la espalda—. Me voy a morir.

—No digas boludeces. —Él se llevó una de mis manos a la boca y comenzó a besarlas, callando mis balbuceos al instante.

—¿Me estás lamiendo...?

A continuación se me bajó la presión, y mi centro de gravedad se voló a la estratosfera como la bicicleta de E.T., pero Ezequiel reaccionó al instante, poniendo su mano entre mi nuca y los adoquines del techo para que no me golpeara la cabeza.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now