Capítulo IV

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-¿Nada más?
-No-respondió Susana, aún asustada.
-Entonces, repasemos-ojeó el policía en unos papeles-Un chico alto, entre 15-16 años más o menos, pelo oscuro y ojos claros, has dicho que tenía un lunar debajo de la barbilla y una cicatriz en el brazo...
Susi asintió.
-Vale, pues, ya está todo. Gracias por su colaboración.
El policía se levantó y le dió la mano a ella y a sus padres, mientras añadía una frase para que no se preocupasen. Yo lo vi todo a través del cristal de su despacho. Salieron y Susi se dirigió hacia mí y me abrazó. Al final no ocurrió nada, ni hubo robo, ni agresión, ni nada. Solo la miró, se quedó un rato parado ante ella y se fue corriendo.
Estuvimos unos minutos esperando en comisaría, mientras sus padres arreglaban unos papeles. Luego, para animarnos un poco, le propuse a mi amiga irnos a comer al Foster Hollywood, hace mucho que no íbamos y, ¿qué mejor momento que ahora? Emprendimos la marcha hacia el restaurante con una animada conversación, probablemente para no tener que rememorar ese traumático incidente. Mis Vans negras pisaban la acera delicadamente, casi arrastrándose por el suelo, y, a pesar de que estamos a junio, me entraba frío por las rajas de mi pantalón roto, que iba directamente a mi barriga, traspasando la camiseta blanca básica que llevaba puesta. Un escalofrío azotó mi cuerpo. Mi pelo largo y moreno me hacía cosquillas sobre mis hombros.
A nuestro lado, pasó un coche con la ventanilla bajada y la música a tope. Me dediqué a escuchar la letra de la canción, que me la sabía, e ignoré por un momento a Susana, que me estaba contando no sé qué de si su gato se había roto una pata. El coche desapareció tras una esquina, y como me quedé con la vista clavada en el lugar donde debía de estar el coche, obervé un lúgubre y oscuro callejón. Me fijé mejor y vi a unos chavales al fondo, detrás de unos contenedores.
-¿Alma?-me zarandeó Susi-Te estaba hablando.
-Sí, sí, perdón Susi, pero...espera aquí un momento.
Me dirigí hacia el callejón, porque me había parecido oír la voz de mi hermano Martín. Me pensé entrar o no, pero escuché de nuevo su voz y pasé. Atravesé todo el callejón hasta un contenedor, donde me paré para ver si era él.
Y efectivamente, era él con otros chavales.
Me puse de puntillas para ver qué hacían ahí, y deseé no haberlo visto. Estaban fumando, pero no olía a tabaco, era más fuerte, ya sabéis. Y yo cabreada, fui a arrebatárselo. Pobre de mí.
-¿¡Pero qué haces pedazo de gilipollas!?-le grite mientras le arrebaté el porro de los labios.
Martín se quedó mirándome perplejo, supongo que hubiera preferido que nadie se enterase de su vicio.
-¿Qué coño haces tú aquí?
-Se te ve desde allí-señalé la calle donde estaba antes-Podrían haber pasado papá y mamá y pillarte, en vez de mí.
-Anda vete a dar una vuelta y déjame-me contestó volviéndose a sentar en aquella caja de cervezas vacía.
-Que no me vaciles-le pegué un empujón-Salte de ahí.
-¿Ahora vas de hermana mayor? Te recuerdo que yo soy el mayor.
-Somos mellizos, así que no vayas bordeando porque no-le agarré del brazo para sacarlo, pero se soltó bruscamente.
Le miré extrañada. Hubo un momento que no lo reconocí.
-Que no hostia, déjame en paz y vete.
-No me voy a ir tío, anda deja de hacer el tonto y vente conmigo.
-Alma, por tu bien, lárgate.
-¡Joder que no!-le chillé.
Todos los presentes miraron a una figura que apareció del fondo del callejón, y bajaron la cabeza. Parece que le tuvieran miedo. Iba andando sonriente, con las manos en unos pantalones grises anchos de Nike. Tendría unos 16 años, como la mayoría de los que estaban allí, alto, con ambos lados de la cabeza rapados y un ligero tupé en el medio, moreno y ojos negros como el carbón. La camiseta le quedaba muy apretada porque se le marcaba todo el abdomen. Pero no fue exactamente en su espectacular físico en ese momento, lo que quería era irme de ese antro con mi hermano, porque de solo oler todo lo que se fumaban allí me estaba colocando yo.
-¿Ésta niñata os está molestando?-dijo mirándome de arriba a abajo.
-Eh, ten cuidadito con lo de niñata, chulo de playa-le respondí.
Martín me miró acojonado, y a ese tío parece que no le gustó mi respuesta. Se aproximó más a mí, haciendo que retrocediera pasos atrás por el miedo que en ese momento sentí.
-Venga tío, Mario, déjala-le retiró Martín de mí.
Mario, que es como le había llamado mi hermano, y me imagino que es su nombre, se empezó a reír.
-¿Qué es, tu novia?
Martín agachó la cabeza y se rascó la nuca.
-Soy su hermana-dije por él-Y por eso he venido, para llevármelo.
-¡Joder Alma cállate!-me gritó Martín agarrándome fuertemente de la mano.
-Me haces daño-susurré-Me estás haciendo daño-le repetí.
Al ver que me estaba apretando de más, me soltó. Se miró asustado a su mano, la cual estaba temblando.
-Ahora que lo pienso...-volteó Mario a Martím-Este mes no me has pagado-le miró-Puede que haya otra manera de pagarme...-dijo bajándome el tirante de mi camiseta y deslizando sus dedos por mi brazo. Martín le pegó un empujón y dio varios pasos hacia atrás. Volvió a reírse.
-No la vuelvas a tocar-le amenazó-A mi hermana no.
-Págame.
-Te dije que te pagaría, pero más tarde.
-Te doy 2 días-le alzó dos dedos-2 días, nada más. Si no, atente a las consecuencias.
-No la metas en esto, Mario, por favor.
Se quedó callado por un momento, y se acercó a mi hermano.
-Yo os compro la droga. Si quieres más María, me pagas. Si no, ya encontraré yo mi pago de otra forma-le susurró al oído para luego guiñarle un ojo.
Cuando se alejó de él, hizo un gesto con la mano mirándome.
-Un placer conocerte, Alma. Espero volver a verte.
Le quité la mirada en seguida y me cruce de brazos. Estaba temblando y con una ira dentro increíble.
-Alma...
-No-dije-Déjame. ¿No querías que te dejara? Pues ya está, te dejo. Venga, drógate en este sitio tomado de la mano de Dios y que te encuentren inconsciente y medio muerto por una puta sobredosis.
Me iba a coger la mano, pero le puse la mano delante, negando con la cabeza. Me aguanté las lágrimas y me marché de allí.
A la vuelta de la esquina estaba Susana, esperándome. En cuanto me vio, corrió hacia mí.
-¿Pero tía qué te ha pasado?
-Nada, nada. Pero creo que es mejor que pospongamos lo del Foster.
-Pero Alma, qué ha pasado.
-No es nada, en serio. Ya si eso te cuento, me tengo que ir a casa. Nos vemos.
No le quise dar explicaciones para no darle más dolores de cabeza. Mientras caminaba hacia mi casa, varias lágrimas se me escaparon sin querer. Seguía flipando por lo de Martín. Mi hermano, un enganchado a la marihuana y que le debe dinero a un camello de 16 años. Genial, claro, el sueño de cualquier chica adolescente.
Saqué las llaves de casa y abrí las puertas. En el ascensor me aseguré de que no se notase de que había llorado, y cuando estaba bien, salí. Abrí la puerta y entré. Iba a irme a mi habitación, pero oí a mis padres hablar entre ellos.
-Faltan 100€ Juan, 100€.
-Te lo iba a decir. Cada mes falta más, y en casa entra ese dinero, te lo aseguro.
-Lo sé, pero...
-¿Pero?
-Júrame que no has recaído en la bebida.
-¿Cómo puedes pensar eso? Sol, te aseguro que no. Quizás deberíamos hablar con los niños.
-Mis hijos no son unos ladrones.
-Lo sé, Sol, lo sé. Aparte de tus hijos son los míos, pero son adolescentes, y ya sabes lo que supone serlo... inseguridades, miedo...
-Sí, puede que tengas razón. Bueno, ya... hablaremos con ellos. Ahora tengo que hacer cosas.
-Claro, seguro.
Mi madre venía hacia donde estaba, y fui rápidamente a mi cuarto. Ya sabía quién cogió el dinero, pero no iba a decirlo aún. Quiero ver si es capaz de salir él solo de eso, y si no, para eso estoy yo.

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