Capítulo IV

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–¡Vamos, arriba todo el mundo! Tenemos aún un largo camino frente a nosotros, no podemos dormir hasta mediodía.

La voz de Thorin los sobresaltó a todos cuando apenas había amanecido. Lentamente, se desperezaron y comenzaron a recoger el campamento improvisado. Mientras tanto Victoria se acercó a hablar con Gandalf, que se había sentado en la misma roca en la que habían estado Fili y ella vigilando esa noche, y estaba encendiendo su pipa.

–Buenos días. –saludó Victoria–. Gandalf, ¿por qué me has elegido a mi? Es decir, no me quejo, para nada, pero con todas las personas entre las que has podido elegir, ¿por qué a mí?

–Mi querida muchacha, tengo un buen presentimiento contigo, simplemente, confía en mí.

–Pero Gandalf, ¿y si me equivoco? ¿Y si por lo que sea las cosas suceden de una manera que no tenía prevista?

–¿Quieres ayudar a los enanos?

–Por supuesto que sí.

–Entonces todo irá bien –dijo simplemente y se levantó para alejarse de ella en dirección a la cueva.

Los enanos ya estaban atando sus fajos a los costados de los ponys, y como Victoria no tenía ni pony ni ninguna pertenencia que pudiese cargar en uno de los animales, se dedicó a mirarlos.

De pronto se fijó en Bilbo, que estaba teniendo dificultades para subirse al pony, por lo que se acercó a ayudarlo.

–Hola, soy Victoria, aún no hemos tenido la oportunidad de hablar –le dijo con una sonrisa mientras le estrechaba la mano al hobbit–. ¿Quieres que te ayude?

–Buenos días, soy Bilbo, a vuestro servicio. –contestó este mientras hacía un graciosa reverencia–. Si no te importa, la verdad es que me harías un gran favor, todavía no tengo muy controlado esto de subirme al pony.

En seguida Victoria simpatizó con Bilbo, como cabía esperar, y le ayudó a subir al lomo del animal. Para cuando terminó, todos los enanos estaban ya subidos sobre sus respectivos ponys y se disponían a marchar.

–Victoria, sube detrás mía –le indicó el mago, que montaba en un caballo.

Así hizo pues, y en apenas dos segundos ya estaba encaramada a la parte posterior de la montura de Gandalf.

Descendieron por la ladera de la montaña, por el mismo lugar por el que Victoria había avanzado torpemente durante la noche anterior antes de encontrar la cueva de los enanos. Atravesaron un trecho de bosque hasta salir de él por el camino. La compañía avanzaba en fila, uno detrás de otro, con Thorin, Gandalf y Victoria en cabeza, seguidos por Fili y Kili, a su vez seguidos por Balin, Dwalin, Bifur, Bofur, Bombur (cuyo pony apenas podía andar), Ori, Nori, Dori, Óin, Glóin y Bilbo.

–Gandalf, ¿tendrías algo de ropa que prestarme cuando paremos a descansar? La verdad es que no creo que pueda pasar por una más de la compañía con estas pintas. –dijo Victoria al darse cuenta de que aún llevaba sus vaqueros y su jersey.

–Oh, bien visto Victoria. Creo que sí, algo podremos conseguirte.

Mientras tanto los enanos escuchaban la conversación, mirando con cara de asco la ropa de Victoria.

–¿Por qué ponéis esas caras de asco? Ni que estuviese cubierta de lodo –les echó en cara la chica, ofendida.

–¿Cómo piensas pasar desapercibida con esas pintas? –dijo Thorin.

–Es imposible pasar desapercibida aquí vestida así, es cierto, por eso le acabo de pedir a Gandalf que cuando paremos me deje una muda.

–Toma, échate esto por encima –dijo Kili mientras le lanzaba una capa.

Reconquistemos EreborDonde viven las historias. Descúbrelo ahora