¿Por qué me sentía nervioso? Estaba haciendo lo correcto.

Aunque no fuese así, si me echaba hacia atrás, debía hacer como si nada hubiese pasado con Paul. Mientras ellos disfrutaban de su matrimonio, yo estaría atrapado en un juego de apariencias ilógico y agotador. Solo en sus mentes tenía algún sentido.

Tiempo más tarde, cuando Santiago fue a revisar, me quedé viéndolo mucho más tranquilo que la noche anterior. No lo eché cuando se sentó a mi lado para ver cómo estaba.

—Descansa.

—Espera, por favor —lo detuve, sujetando su brazo. —¿Crees que puedes...?

Hice silencio, dándome cuenta de que era muy difícil pedírselo.

No sabía cómo hacerlo sin sentir vergüenza. Así que solo bajé mi cabeza, y lo miré esperando que entendiera.

Él se inclinó hacia adelante, apoyando su codo a un lado de mi cabeza. Con suavidad, apartó un mechón de cabello de mi frente y depositó un dulce beso en ella.

Cerré los ojos, permitiéndome imaginar por un instante que era ella quien estaba a mi lado, como en los tiempos en que todo era más sencillo.

No sé en qué momento se me salieron unas lágrimas, pero él me la limpió con su pulgar.

Aunque apreciaba que me tratase con cariño, y ese fuese un momento muy dulce, sentí debía acabar con ello, no sentir esas cosas en el último momento. Podía hacer que me arrepintiera.

—Ya vete, tienes que cuidar a mi papá —murmuré, empujándolo suavemente.

—Él está bien. Puedo quedarme para que no te sientas solo.

Un nudo se formó en mi garganta. Tuve que luchar por encontrar las palabras adecuadas.

—No lo haré, no te preocupes.

—¿O prefieres acompañarnos?

Eso sería un desastre, porque a ver... ¿Luego cómo saldría de su habitación? Ninguno de ellos tenía el sueño profundo. O no estando juntos. Seguramente se ponían a hablar otra vez, hasta Dios sabe qué hora.

—No, en serio estoy bien, pero gracias.

No quería que se preocupara más de lo necesario.

—Bueno, hasta mañana.

Sí, hasta mañana.

Cuando se fue, volví a esperar unos minutos, antes de retirar las sábanas. Tenía puesto unos jeans y un abrigo desde hace rato, listo para recibir el frío de la noche. Solo me senté en una esquina para ponerme mis converse que estaban debajo de la cama.

Tomé mis llaves, asegurándome de tener mi teléfono y todas mis pertenencias, y agarré mi maleta. La llevé con extrema cautela hasta la habitación de Paul.

Por suerte, esa vez tenía su lámpara encendida y sabía muy bien donde estaba. Terminaba de entrar algo en sus bolsillos, de pie junto a la ventana.

Una suave sonrisa apareció en mi rostro al darme cuenta de que ambos estábamos vestidos de negro, como si nos hubiéramos coordinado, y de que traía el abrigo que me prestó en el centro comercial. Debía tener ese aroma delicioso encima.

—Creo que llegué justo a tiempo —dije, acercándome a él y notando la hora en su reloj.

Eran las 12:00 a. m. Oficialmente, habíamos cruzado el umbral hacia la adultez. Aunque tenía expectativas diferentes sobre cómo sería este momento, decidí que lo que importaba era estar juntos, independientemente de las circunstancias.

Saqué el pequeño obsequio que había preparado con cariño y lo extendí hacia él, sintiendo una ligera vergüenza por su simplicidad. Era modesto en términos de valor material, pero hice lo mejor que pude.

Él observó la fotografía con una expresión nostálgica. Era una imagen de nosotros cuando éramos niños, celebrando nuestro último cumpleaños antes de que nos distanciáramos. Ambos estábamos frente a un pastel, mi nariz cubierta de crema, sonriendo con inocencia y felicidad, y él abrazándome por los hombros.

Había encontrado esa foto tirada en mi habitación, aparentemente olvidada cuando estaban limpiando.

Él le dio la vuelta, imaginando que tenía algo escrito. Pude leer sus labios mientras los movía, recreando lo que decía el mensaje.

"Espero que este sea solo el comienzo de otro año lleno de risas y momentos que recordaremos por siempre".

—Eres increíblemente adorable —susurró, tomando mi mano con suavidad. Me atrajo hacia él, envolviéndome en un abrazo que transmitía tanto seguridad como cariño.

—¿Eso significa que te gustó?

Él asintió con una sonrisa, dejando escapar una risa suave antes de depositar un beso en mi cabello.

—¿Y crees que sea así?

—Dudo que olvide este momento —dijo, ladeando la cabeza mientras su sonrisa se tornaba más tierna. —Además, a partir de hoy, esto pasa a ser algo más que un noviazgo.

Levanté una ceja, curioso ante su comentario.

—¿Cómo así?

—Lógicamente, las parejas que viven juntas tienen otro tipo de compromiso. Pero no te asustes, yo me encargaré de todo y seré el mejor marido para ti —añadió con confianza. Extendió su mano para recoger una gorra que descansaba en su mesa, similar a la que llevaba puesta, y me la colocó en la cabeza.

—Estamos muy jóvenes para casarnos.

—No vamos a hacerlo oficial, no habrá mucha diferencia.

Entendía su punto, pero apenas comenzaba a comprender las responsabilidades que vendrían, similares a las de un matrimonio. Lo irónico es que yo mismo se lo había ofrecido.

—Está bien, pero ya vámonos —asentí, decidido a dejar atrás cualquier duda.

—Primero, hay que bajar las maletas.

—¿Cómo?

—Con estas sabanas —señaló una larga cuerda con nudos, extendida sobre su cama. —Vas a sujetar un extremo hasta que este abajo. Yo bajaré para deshacer el nudo, e ir guardándola, mientras bajas la otra.

—Entendido.

Así lo hicimos. Por suerte, solo eran dos. Yo fui el último en bajar, asegurándome de cerrar la ventana sin hacer ruido.

Mi corazón dio un vuelco repentino cuando divisé una silueta extraña en el pasillo, como aproximándose, y entonces me di cuenta. Se me olvidó cerrar la puerta.

Bajé lo más rápido posible para avisarle lo que había visto, sintiéndome un poco angustiado, pero cuando ingresé al garaje lo vi con su perro en brazos. Para el colmo, lo estaba acomodando en mi asiento, justo adelante.

—¿Para qué traes eso? —pregunté, un tanto confundido.

—Eso, es mi mascota —me aclaró, peinando su cabello hacia atrás.

—¿Nos lo vamos a llevar?

Fue una pregunta estúpida, lo sé.

—Es como mi hijo.

—Sí, entiendo, pero pensé que seriamos dos —intenté mover al perro para hacer espacio, pero recibí un gruñido amenazante. —Tu hijo no me quiere.

—Intenta cargarlo despacio —me dijo, antes de darle la vuelta al auto.

Volví a intentarlo, esta vez con más precaución, mis manos buscando una posición que evitara que me mordiera. Pero entonces, comenzó a ladrar frenéticamente, desencadenando una reacción en cadena que arruinó todo.

—Dile que haga silencio —insistí.

—¿Quién anda ahí?

Demonios.

Cuando te dé un beso © ✔ (1 y 2) EN AMAZONWhere stories live. Discover now