—Me daba un poco de miedo este momento —revela. Da la impresión de que está pensando en voz alta; que he tirado del hilo y ahora no puede hacer nada más que decírmelo—. Creía que me sentiría... incómoda al despertarme contigo después de lo que pasó anoche. Que sería extraño.

—¿Y lo es? —Trato de disimular la inquietud que me han generado sus palabras.

—No. Al contrario. Es fácil.

—Supongo que eso es buena señal.

Tuerce el cuello para mirarme. Ahora el corazón sí que se me acelera un poco, porque hay algo en esos ojos oscuros que sortea todas mis barreras. Parecen sinceros, justo como anoche, cuando me confesó que quería estar conmigo. A pesar de los malentendidos. De mis miedos y mis errores.

—Me gustas mucho, Connor —repite—. Todo lo que dije ayer iba en serio. Podemos intentarlo, si tú quieres.

—¿Eso me daría vía libre para besarte cada vez que me apetezca?

Consigo hacerla sonreír. Es una sonrisa brillante, genuina, de esas que tanto le costaba esbozar cuando llegó aquí.

—Podrías besarme todo el rato.

—En ese caso, acepto. Me parece un buen plan.

—A mí también.

Y se echa hacia adelante y me besa. Y, como ella misma ha dicho, es fácil. Me enreda una mano en el pelo para atraerme hacia sí y abre su boca sobre la mía, y yo pienso que ahora mismo le daría todo lo que quisiera; me da igual si es solo esto o si busca mucho más. Nuestras piernas se enredan bajo las sábanas cuando me coloco encima de ella y le acaricio las piernas, las costillas, las caderas.

—¿Habías dormido antes con alguna chica? —me pregunta.

—¿Quieres que diga que eres la primera?

—¿Lo soy?

—¿Por qué me da la sensación de que te encantará saber que sí?

—Porque es verdad. Soy codiciosa. —Me perfila la nuca con las uñas y sonríe en mis labios—. No me gusta compartir.

—Y hace dos semanas decías que no me soportabas... —susurro con aire burlón—. ¿Te has tragado tus palabras o son solo imaginaciones mías?

—Lo segundo. Sigo pensando que eres insoportable.

—Eso explica por qué te has abalanzado sobre mí de madrugada.

—No me he abalanzado sobre ti.

—No te preocupes por nada, tipa dura. Te guardaré el secreto.

—Solo tenía frío.

—Seguro.

—Hablo en serio. Duermes con las ventanas abiertas. Y ni siquiera tienes mantas. Me inquieta seriamente lo desnivelado que tienes el termómetro corporal.

—Buscaré una forma de solucionarlo para esta noche —le aseguro, porque, aunque estábamos de broma, sí que es verdad que cuando la he tocado esta mañana estaba destemplada.

—¿Esta noche?

—Cuando vuelvas a dormir conmigo.

Me aparto para mirarla. Maeve enarca las cejas. Tiene los ojos brillantes. Deslumbra. Toda ella.

—¿Quién te ha dicho que eso vaya a pasar? —cuestiona, solo para jugar conmigo.

—Bueno, estas son mis dos únicas opciones: o bien tú duermes aquí, o bien yo subo a dormir contigo. Pero los dos sabemos que en tu habitación estaremos peor. Básicamente porque tendríamos público.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now