Capitulo cuatro

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—Espera, espera, espera... —exclamó Anna, dejando atrás su temor y cambiándolo por una expresión de completa extrañeza y duda—. ¿Cómo es eso de que soy de tu propiedad? Eso no puede ser posible, ¡yo me quiero ir de aquí ya!

—Puedes intentarlo si eso es lo que quieres, no hay problema, pero... ¿a dónde piensas ir? —preguntó Ixtab, mirando a Anna de reojo mientras que el espectáculo continuaba en el escenario.

—Pues a mi casa, ¡no me pueden retener aquí! Esto es una pesadilla —respondió Anna dando un par de pasos atrás. Ixtab soltó un suspiro y tras acercarse a su escritorio para dejar caer la ceniza del puro sobre un ostentoso cenicero de color dorado, ella dijo:

—Ya te lo dije, si te quieres ir puedes hacerlo, no hay problema.

—¿Así de sencillo? —preguntó Anna con desconfianza, a lo que Ixtab simplemente asintió. Anna la miró fijamente y, sin perderla de vista, comenzó a caminar de espaldas hacia la puerta. Ixtab la miraba con curiosidad y con una ligera sonrisa burlona, mientras el puro continuaba consumiéndose entre sus pequeños dedos. De pronto, Anna dio la vuelta y comenzó a empujar la puerta con desesperación para tratar de abrirla.

—Oye... —intentó decir Ixtab, pero Anna continuaba forcejeando. Ixtab soltó un suspiro y se acercó junto a Anna, después jaló la puerta para abrirla. Anna la miró con temor y, murmurando unas palabras de agradecimiento, salió rápidamente de la oficina.

Anna corrió por el pasillo que había recorrido junto a Valentina, mirando de reojo hacia atrás para asegurarse de que nadie la siguiera. El pasillo parecía volverse mucho más largo de lo que le había parecido anteriormente; las velas en los candelabros sobre su cabeza daban la impresión de brillar cada vez con mayor intensidad mientras que los seres en las fotografías la volteaban a ver justo cuando pasaba frente a ellas.

Corrió con desesperación por varios minutos pero no pudo encontrar el final del pasillo, no había una sola puerta, y en las ventanas solo se podía admirar la luz rojiza que cruzaba los vitrales, que parecían sangrar de manera constante.

Cuando ya no pudo seguir corriendo, Anna se detuvo y colocó las manos sobre sus rodillas; su respiración era muy pesada y el movimiento de su pecho era muy fuerte mientras trataba de recuperar el aire; ella miró a su alrededor y no encontró absolutamente nada diferente a lo que había visto mientras corría. De pronto, un extraño sonido de algo arrastrándose comenzó a escucharse detrás de ella, provocando que se estremeciera. Lentamente desvió su mirada hacia atrás y observó a un extraño ser que se acercaba a ella. Aquel estaba compuesto por el cuerpo de una mujer, de piel extremadamente blanca, con cabello suelto largo y ondulado de color castaño; ojos agudos de color ámbar y refinadas facciones que no necesitaban maquillaje; lo único que cubría aquel torso femenino era un mandil de color negro en el que estaba dibujado el estampado de un gatito sonriente. Sin embargo, lo que a aquel ser la diferenciaba de una mujer normal era una larga cola de serpiente, casi del mismo color que su cabello, que nacía de la base de su cintura.

Anna la miró llena de horror cuando aquel ser se detuvo a observarla con curiosidad.

—¿Estás perdida? —preguntó aquel ser, con voz dulce y mirada maternal. Anna no pudo responder, simplemente se quedó pasmada por el temor—. ¿Te sientes bien? Estás muy pálida... —preguntó de nueva cuenta, reptando hasta donde Anna se encontraba. Anna intentó gritar, pero solo pudo lanzar un ahogado chillido—. Tranquila, no te voy a hacer nada, lo que no entiendo es qué haces aquí. ¿Quién eres?

—Yo... Yo... —Anna no podía responder debido a que le era imposible hilar las palabras correctas. Aquel ser se acercó y la miró de frente, agitando la punta de su cola lentamente hasta que, tras una mirada de sorpresa, dijo con alegría—: Tú eres la chica que no podía despertar... Anna, ¿verdad? La que llegó con Adelaida. —Tras escuchar aquellas palabras, Anna salió de su letargo y preguntó de golpe:

El suicidio no es pecadoWhere stories live. Discover now