—Estás horrible —masculla.

Le sonrío débilmente compartiendo nuestras desgracias con el poco humor que nos queda.

—Lo mismo digo.

—Me acercaría a tomarte de la mano, pero Yoreg está cerca y es peligroso en estos momentos. Su posesividad no diferencia el afecto con el amor como bien sabes.

—Yo te cubro.

—No estás en condiciones de protegerme, pajarito. Has hecho bastante... Ahora nos toca hacerlo nosotros.

Mi corazón se encoge.

—Por favor, tómame de la mano.

Breyton lo sopesa, mirando mi mano, pero cuando se fija en mi expresión, termino por convencerlo. La agarra con suavidad, se inclina y lo besa en signo de admiración.

—Me alegro mucho que estés vivo. Cuando te vi por última vez creí que...

Él asiente comprendiendo lo que no puedo confesar por el dolor y la culpa que atenaza mi pecho. Estrecho nuestro agarre y lo insto a que se acerque más mí.

—¿Recuerdas esa promesa que te obligué a hacer?

La mirada de Breyton se torna oscura como la herida de mi pierna y a la vez que un brillo de dolor cruza fugazmente en él.

—Sí —Reconoce con un gruñido primario—. Lo recuerdo perfectamente.

...

Unos meses antes...

Tenía los nudillos blancos y los dedos agarrotados de tanto sujetar con extrema fuerza las riendas. Era mi primera vez montada sobre un caballo fuera del castillo, sin que nadie me guiara, con total control o eso se suponía, porque yo no lo sentía así. Aunque Breyton me vigilaba de cerca; a su manera, claro.

—El caballo sabe cuando estás asustada. No hace falta que use el olfato.

Lo sabía, vaya que no. Me lo dijo la primera vez que subí a uno por mi cuenta.

—Eso no me ayuda, maldito... —murmuro lo suficiente bajo para que no me escuche nadie que no sea Breyton.

Él siguió mofándose y yo me contuve de no golpearlo por dos cosas: porque no quise arriesgarme a perder el equilibrio en la montura y porque ya bastante llamé la atención. Y es que ese día expuse mi embarazo, bueno, no es que mostrara mi tripa desnuda o con un vestido súper ceñido mientras la acariciaba como una mamá orgullosa que solía aparecer en redes sociales, pero era notable a simple vista con la coraza a medida que me regaló Breyton. Era consciente de las miradas y comportamientos de los miembros del grupo de caza, entre la incredulidad al horror, habría también fascinación y respeto, y las mujeres debían haberlo supuesto desde hace mucho como me advirtieron porque apenas se expresaron. Cómo envidiaba a mi compañero jefe, que le restaba importancia a todo, o eso aparentaba. De todas formas, no se había revelado qué relación tenía con Breyton y si era el padre. Lo primero lo teníamos planeado, pero lo segundo...

Breyton espoleó los costados de su caballo mientras tiró las riendas en mi dirección para que su caballo quedara aún más pegado al mío. Nuestras rodillas se tocaron y yo no pude evitar darle un empujón con la punta de mi pie en su pantorrilla. Breyton exageró un gemido lastimero.

—¿Te he dicho que pareces una diosa guerrera con tu aspecto? —Llegó a tocar la punta de mi trenza que descansaba sobre mi espalda.

Me recorrió un sentimiento extraño, casi parecido a la vergüenza.

—¿Ahora me halagas después de burlarte de mí sobre cómo monto?

—Sabes que exagero a veces.

—Esta es una, seguro.

El alma de la sacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora