Capítulo 5

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El capítulo 5 es un salto en el tiempo y los habrá en otros capítulos. El preludio es un ejemplo y  este capítulo es la continuación.

Si tienes dudas, las responderé en cuanto pueda.

Si tienes dudas, las responderé en cuanto pueda

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Noches después del ataque en el bosque.


Fuego.

Sangre.

Oscuridad.

Elementos plasmados en mi piel como tatuajes.

No me encuentro tirada en el bosque. Desconozco el rostro del dueño o dueña donde me cobijo, pues pierdo continuamente la conciencia. De algo estoy segura, quien sea, me socorrió tras enfrentarme cara a cara con el monstruo. Mi voluntad es de acero, pero no alcanza a mis músculos. No siento el continuo peso del dolor, siendo tan consciente que estoy herida en varias zonas de mi cuerpo como el muslo. La curación es lenta, igual al herir a un inmortal con un arma hechizada. El monstruo está creado para matar a cualquier especie.

La cúspide de mi preocupación recae en mi bebé. Me había caído del caballo y golpeado contables veces en la lucha.

Observo la redondez de mi vientre desprotegido de la coraza y sólo cubierto por el blusón. Ni los brazales, el cinturón del bajo, las dagas del muslo derecho... Estoy desprotegida. Quienquiera que sea, me ha desarmado y dejado una capa de ropa. Parpadeo con fuerza y aclaro mi vista acostumbrada a irse. A la mínima podría presentarse el peligro aunque parezca que no.

Todos mis sentidos, (o los que tengo a mi disposición en ese momento) se centraron en los rasgos de la pequeña habitación. No existe medio de ventilación, el olor a azufre y especias es cargante. Cuelgan del techo, en esquina a esquina, piedras y ramas que forman símbolos paganos. Hay una tabla de madera donde reposan bastantes tarros y frascos, un cuenco grande, unos paños sucios y vasos con velas; las responsables que pueda ver un poco de claridad. Todo es modesto y campestre. Y supersticioso.

No cierro los ojos, no finjo dormir, acepto en enfrentarme a la cara desconocida que pasa por la puerta.

Lo primero: es una mujer.

Y lo segundo: la conozco.

—¿Ivonne?

No dice absolutamente nada. Me mira con ojos entrecerrados y estos mismos se dirigen a mi pierna herida. Se acerca al taburete con una cesta que alberga rollos de tela y tarros. Ella es quien me está cuidando. ¿Por qué? Ivonne es desconfiada con los humanos del Primer Mundo. Bueno, puede que con cualquiera por su aislado hogar.

Ladeo la cabeza sobre la almohada hacia las maniobras de la bruja. Con un cuchillo, corta las vendas viejas, las retira con rapidez sin importar que me cause molestia de cómo la tela pegajosa tira de mi carne. Cierro los ojos, acobardada y enfadada de ver como me trata. Mi labio inferior es atrapado por mis dientes cuando vierte un líquido, que parece cercano al alcohol de farmacia y después, respiro entre dolida y aliviada de que esparza una pasta.

El alma de la sacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora