Capítulo 2

526 59 38
                                    

Había una oleada de caricias por mi cuerpo tumbado, uno que ardía y estaba húmedo, respiraba un aire sexual que compartía con otra persona

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Había una oleada de caricias por mi cuerpo tumbado, uno que ardía y estaba húmedo, respiraba un aire sexual que compartía con otra persona. Era el resultado de los estragos de un gran orgasmo.

Malkolm apareció ante mi vista con el hambre en sus ojos verdes. Y aunque cambió a unos dorados, el de su animal interior, no dejé de amarlo. Porque me sentía segura conmigo misma y en el mundo en sus brazos.

Le cubrí la mitad de la cara con mi mano. Tenía los labios brillosos de mis jugos y no me importó probarlo hasta que nos faltó el aire. Le dejé la boca roja.

—Estás deseando cerrar los ojos —Me dijo, casi canturreando. Su cuerpo aún descansaba contra mí; me gustaba. Se las arreglaba para compensar el peso y no aplastarme.

Negué con la cabeza con brusquedad para espantar el sueño. Cada orgasmo lo incitaba.

—No es verdad.

Malkolm frunció el ceño sin creerme. Su cuerpo dejó el mío para tumbarse a mi lado y colocarse de costado, lo cual yo seguí también. Me tapó con la sábana cuando sufrí un escalofrío por una corriente de aire. Un dedo voló a mi frente y empezó a trazar círculos y líneas que llegaban al puente de la nariz. Esos movimientos suaves no ayudaban a evitar el sueño.

—¿Qué haces?

—Hacerte dormir —Sonrió cariñoso—. Mi madre lo hacía cuando era pequeño.

Pues lo estaba consiguiendo. No quería dormir, no aún. La noche debía alargarse, pues así lo tendría más tiempo conmigo.

Le frené su inocente artimaña.

—¿Lo hacía a menudo?

Malkolm intuyó que quería hablar para no dormir. Aunque también aprovechaba para saber más de su madre.

—Sarah, duerme. Lo necesitas.

—Si me duermo, será de día y tendré que dejarte ir y no volveré a verte en muchos días —Me lamenté en voz baja.

Volvió a tocar mi rostro, pero no para hacerme dormir sino consolarme.

—Algún día no tendrás que volver a despedirte de mí.

—¿Eternamente? —Me burlé.

Su mano descendió a mi cuello. Se enfocó demasiado tiempo allí.

—Si así lo deseas...

Me dejó un poco trastocada la forma de decirlo. Lo decía totalmente en serio.

¿Había una eternidad para nosotros?

Era cierto que cuando diera a luz no tendría inmortalidad, sin embargo, Malkolm no podía renunciar a la suya.

No supe bien si cerré los ojos ya harta de estar despierta o no estaba preparada para seguir pensar en aquel asunto.

El alma de la sacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora