Capítulo 8

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El miedo impide que me deje llevar por las dulces caricias en mi rostro húmedo de sudor y lágrimas, mis manos frías y débiles sujetas a otras cálidas y fuertes, mis labios agrietados besados por otros llenos de vida, después de susurrarme palabras...

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El miedo impide que me deje llevar por las dulces caricias en mi rostro húmedo de sudor y lágrimas, mis manos frías y débiles sujetas a otras cálidas y fuertes, mis labios agrietados besados por otros llenos de vida, después de susurrarme palabras de amor y apoyo. Malkolm se encarga de todo ello, desde que me vio encogida y temblorosa sobre el camastro como un cachorro mojado y abandonado. Intuyó que lo sabía, que pronto llegaría el bebé, más el ser consciente de los peligros. Mi mente era un ruleta que conducía un pensamiento a otro y volvía al principio y cada repetición se hacía real y aplastante.

—Escúchame —Coloca un dedo en mi barbilla y lo insta a que lo mueva hacia él. Malkolm no esconde cómo le afecta esta situación—. Yo también tengo miedo, ¿pero de qué sería la valentía sin miedo? Recuerda que has estado en una situación mucho peor y has salido...

—Esto es peor, Malkolm —Le interrumpo con una voz rasgada—. Estoy débil, herida... y es pronto para el bebé. No puedo hacerlo, no puedo...

Malkolm me estrecha contra él. Respiro su aroma, a bosque, a tierra fresca... Sus latidos son sonoros, frenéticos. La vida que corre en él es un alivio y a la vez un tormento, porque no sé si lo volvería a escuchar.

—Eres fuerte y el bebé también. No estás sola, por favor, recuérdalo.

Empiezo a ver borroso con el familiar escozor en los ojos, y es que las lágrimas se me acumulan y terminan en el pecho de mi pareja.

—Te quiero —murmuro entre sollozos y mis dedos se aferran a su prenda.

Él aplica más fuerza al abrazo como si tuviera miedo de soltarme.

—Yo también.

El primer dolor se presenta sin aviso. Me encojo contra el cuerpo masculino, hundo con fuerza mis uñas en sus brazos. Suelto un violento respiro, y otro, hasta que la garganta se siente áspera. Malkolm me sujeta el rostro sonrojado con ambas manos.

—¿Ha comenzado...?

Muerdo mi labio inferior y susurro:

—Sí...

Deja un profundo beso sobre mis labios tras susurrarme al oído frases tranquilizadoras que poco efecto surge.

—Voy a buscar a Ivonne —anuncia, antes de erguirse y salir por la puerta con urgencia.

Miro fijamente mis manos con una agitación desenfrenada y luego, a mi muslo descubierto. Una mancha más oscura que roja se visualiza en las vendas. Por más que se limpie los puntos, la herida trata de abrirse e infectarse, como si mi cuerpo quisiera expulsar todo el veneno de la criatura pero que nunca acaba.

Pienso que la persona que entra en la casa de Ivonne era la misma, pero me llega el aroma de Breyton. Levanto la mirada hacia la salida. Desde el ataque en el bosque, no lo he visto en persona, estuvo estos días custodiando la casa y reuniéndose en el pequeño salón con los demás. Se ve horrible y a la vez amenazador, como un cazador sangriento con la promesa de buscar a su presa más deseada. Una cara sucia, con restos de tierra y sangre seca. Las ropas de batalla están raídas y agujereadas. Y siempre con su arco, su mayor aliado.

El alma de la sacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora