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El desayuno está pasando lento y con un nudo enorme instalado en la boca del estómago.

Ryan no ha dicho demasiado respecto a mi reunión con Enzo, pero tampoco he insistido tanto como me gustaría. Me da miedo ser demasiado inquisitiva y que, por miedo a que hable de más, decidan que no puedo ir a verlo.

Lo poco que he logrado sacarle al Guardián que desde ayer me escolta por todos los rincones de esta inmensa casa, es que, tan pronto como terminemos de tomar los alimentos matutinos, iremos al lugar pactado para encontrarnos con él.

No sé si será Ryan quien me acompañe, pero sé que llevaré escolta personal y que no podrá durar más de veinte minutos.

Mientras menos personas vean a los Guardianes interactuando con los Black, mejor.

Todavía no sé cómo diablos es que voy a hacer para decirle a Enzo todo eso que deseo si hay un Guardián oyéndonos todo el tiempo, así que, ahora mismo me encuentro estrujándome el cerebro para idearme algo antes de marcharnos.

—¿Tienes una pluma? —inquiero, en dirección a Ryan, quien me observa desde el otro lado de la mesa con gesto inexpresivo y la boca llena de huevos revueltos.

—¿Para qué la necesitas? —pregunta de regreso, al tiempo que entorna los ojos ligeramente.

—Necesito hacerte una lista de cosas que necesito para sobrevivir en este lugar —digo, luego de rodar los ojos al cielo.

—¿Y necesitas escribirla?

—Son muchas cosas. Vas a olvidar la mitad si te pido que las memorices.

—Pruébame —dice, con arrogancia, al tiempo que se echa un trozo de pan a la boca.

—Bien —digo, con irritación—. Memoriza esto: tampones, pastillas para los cólicos, toallas femeninas nocturnas. De las que tienen alitas. Las otras solo conseguirán una masacre de la que ningún Guardián aquí querrá hacerse cargo. También necesito bragas de algodón en talla mediana y...

—¡De acuerdo! —exclama, mientras alza las manos en un gesto de rendición—. ¡Ahora te consigo la dichosa pluma!

Acto seguido, se pone de pie y se encamina hacia el lugar en el que sirven la comida.

Un par de minutos más tarde regresa con un bolígrafo y un par de servilletas.

En ese momento, me pongo a trabajar.

Trato de ser lo más discreta posible, intercalando entre una servilleta y otra.

En una escribo una lista de artículos femeninos que —no es mentira— estoy próxima a necesitar, y en la otra, garabateo una nota rápida para darle a Enzo.

Cuando termino le entrego a Ryan la servilleta con la lista y el bolígrafo, y hago como que mordisqueo un trozo de pan. Él toma mi ofrenda antes de guardársela en el bolsillo.

—¿Con qué urgencia necesitas esto?

—Lo más pronto que se pueda, por favor —digo, y esbozo una sonrisa amplia y descarada que hace que ruede los ojos al cielo.

—Bien. Más tarde haré que te lo entreguen —masculla—. ¿Ya terminaste?

—Sí —digo, al tiempo que, en la servilleta con el mensaje para Enzo, envuelvo lo que me queda del pan—. Esto me lo como en el camino.

Ryan asiente.

—Bien. Vámonos.

Entonces, nos ponemos de pie y nos dirigimos hacia la salida del lugar.

Guardián ©Where stories live. Discover now