◈ Capítulo 2 ◈

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2||El culo es el lugar a donde se envían las cosas inservibles.||

Octubre 2021.

Troublemaker - Akon

Jameson:

Si ser malditamente paranoico fuera un puto deporte real, yo me habría ganado la jodida medalla de oro.

¿Por qué? Hay muchas cosas que podrían dar un indicio de que me merezco el primer lugar en el podio, pero la de ese momento encabezó la lista de forma abrupta.

No se podía ser más estúpidamente loco, en serio que no.

Necesitaba ayuda con urgencia. O puta terapia. O un jodido exorcismo, a estas alturas, creía que las tres juntas me vendrían fenomenal.

Yo:
"Nada ayuda a tranquilizar la mente tanto como un propósito firme"
Mary Shelley. Frankenstein.
Buenos días Robin.

Robin 🔮:
Hoy no tengo horóscopo para ti.
Pero ten buen día Jay.

Ahí, justo en el momento en el que me llegó ese puñetero mensaje, supe que algo iba mal. ¡Con solo un jodido mensaje! Que me explicaran esa estupidez.

Ella siempre, siempre tenía un horóscopo para mí. Desde que intercambiamos números por primera vez y decidió que a mí me urgía un poco de astrología en la vida —sus palabras, no las mías—, desde allí los recibía.

¿Me interesaba mi horóscopo? Claramente no, ¿Se lo había dicho? Tampoco, no lo vi necesario.

La cuestión era que, si no le gustaba el que había para mi ese día, se inventaba uno en un tris. Por ello no pude controlar mis jodidos nervios en toda la mañana.

Y aunado a la discusión que la vi tener con su novio la noche anterior... bueno, la frase "perder la cabeza" la había dejado kilómetros atrás.

Era mi amiga. ¿Qué mierda? Llevábamos literalmente toda la Universidad juntos.

Cuando hice las pruebas del hockey seguí su consejo e intenté superar la velocidad del número cinco a quien ya había conocido en la orientación, por ese motivo conseguí al que sería el primer amigo de verdad que tenía en la vida. Nash Carpenter, el capitán del equipo de hockey de Watson y mejor amigo de ambos fue quien nos terminó de acercar.

Y así se suponía que los tres seríamos un grupo unido hasta que nos graduásemos.

Meses después de nuestro primer semestre, el grupo se expandió y entraron Lewis Spencer y River Hardey. También eran jugadores y actualmente vivíamos los cuatro en la misma casa junto con la hija del entrenador.

Probablemente no debía de estar haciendo esto...

No tenía tiempo, debía cumplir con las horas extras de cardio que le prometí al entrenador que haría ni bien termináramos el entrenamiento. En el último partido que tuvimos casi una semana atrás, estuve más tiempo en la puta caja de penalización que en el hielo, y eso no fue algo que el entrenador Savard quisiera ignorar al ingresar a los vestidores.

Me dio una de las palizas verbales más duras que le había escuchado decirle a nadie, pero me la merecía.

Estaba fallando, me mantuve todo el infernal partido desconcentrado y metiendo mi mierda personal a la pista cuando sabía que eso jamás me funcionaba. No cuando se suponía debía evitar el mal comportamiento que tanto me caracterizaba.

Pero la misma mañana del partido discutí por llamada con mi padre, mi hermana se había enterado gracias a mi madre y la porquería se revolvió.

No pude olvidarme del mal sabor de boca por más que lo intenté y vaya que lo hice, incluso Davinia —la hija del entrenador—, trató de ayudar, pero cuando se dio cuenta de que nada de lo que dijera funcionaría, me recomendó que quizá debía quedarme fuera del juego ese día.

Reforma los límites. Where stories live. Discover now