Experimento de medianoche

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Empieza a refregarse contra mi columna, la sensación me gusta y echo el culo hacia atrás incitándolo a que siga tocando mi sexo.

«Vine por cobre y encontré oro». Con dedos expertos se va hundiendo en mi humedad mientras reparte besos húmedos por mi cuello.

Su lengua toca mi oreja y logra empaparme más de lo que ya estoy, hace mucho que no me sentía así, deseada y apetecida.

Los dedos se siguen hundiendo en mi carne, el ritmo es preciso y logra que me corra. No estoy del todo lúcida cuando me empuja a la cama, pero no me dejo caer, solo entierro las rodillas en las sábanas y me pongo como quiero que me den. Me acuerdo del vestido, así que lo tomo por los bordes y lo dejo a la altura de mis pechos.

—Anda —me ofrezco—, hazlo sin miedo que…

Cuatro nalgadas me callan cuando arremete contra mis glúteos (literalmente nalgadas). Me deja la piel en llamas y me asusta que no me dé miedo, vuelve a nalguearme y…

—¡¿Qué carajos?! —espeto.

—¡Shut! —demanda, y me manda a callar.
Escucho el leve sonido de la bragueta del pantalón y cómo abren un preservativo.

Mantengo la posición, vuelve a nalguearme antes de hundir las rodillas en la cama, abre mis glúteos, pasa la polla entre mis nalgas y se adentra en mi interior con una estocada, la cual me debilita las rodillas.

No tiene necesidad de tomar su erección, el glande forrado entra y sale solo en lo que se aferra a mis caderas. Se mueve más que bien y me cuesta acallar los jadeos que han de mostrarme como una prostituta.

Trato de morderme la lengua, pero las estocadas son tan exquisitas que no controlo los jadeos que se me escapan, puesto que me está montando como una yegua y yo lo estoy recibiendo más que satisfecha.

«Eres una zorra, Brenda». Nunca había hecho esto y de seguro el extraño cree que soy una ramera.

Sigue robándome gemidos desgarradores que me ponen a arder la garganta. Tensa el agarre dándome más minutos cargados de placer, me voltea, saca el vestido y yo me quito el sostén. «Se supone que era un solo polvo». Abro las piernas cuando vuelve a entrar con la misma fiereza de hace unos segundos.

Lo abrazo, promete ser atractivo, al menos su cuerpo, ya que el torso lo siento bien definido. Es un hombre al que le gusta el sexo fuerte, lo compruebo cuando me pone de medio lado, alza mi pierna, y arremete con más intensidad. Mi entrepierna se calienta a un nivel en que no hago más que jadear y más cuando aplasta mi cara con fuerza contra la almohada.

—¡Señor! —grito cuando mi pulso se dispara y él le añade más fuerza a las embestidas que desencadenan el orgasmo que me deja con el pulso por los cielos.

Él toma mis labios con un beso largo y caliente, su lengua recorre mi boca y sus manos aprietan mis muslos, lanza una última estocada y cae a mi lado. El culo me arde y el cuerpo me pesa. Vuelve a tocarme y me arrastra a la almohada que está junto a él.

Mantengo la pashmina en los ojos, ya que no me la quiero quitar.

—Me llamo Brenda, tengo veintiséis años y conozco buenos contactos en la policía.—Temo a que pasada la euforia quiera matarme—Soy madre soltera —añado queriendo despertar su compasión— tengo un hijo de dos años.

Suspira a mi lado.

—Lo sé.

¿Lo sé? El sueño me vence cuando intento hablar, además la debilidad me invade y termino hundiéndome en los brazos de Morfeo.

Despierto de golpe en un entorno que no se me hace para nada familiar. Mi cerebro rápido recuerda dónde estaba anoche, la decisión que tomé y parte de lo que hice.

Extras Pecados Placenteros (Eliminados)Where stories live. Discover now