Capitulo trece.

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Lando, Carlos y Max se burlan de mí mientras corro detrás de ellos mientras me tiran más y más champaña.

Sino fuera porque no veo nada, ya los hubiera alcanzado.

—¡Juro que van a pagarlo! —grito, parandome cerca de la alberca del hotel donde los pilotos estaban explotando la ciudad ante la gran carrera de Monaco— ¡Ah!

Salí de la alberca y al ver a Sergio envuelto en su bandera, empecé a reírme, golpeando una y otra vez su hombro.

»¿Tu también?

Carlos trata de sacarme cuando extiendo mi mano en su dirección, pero en venganza lo traigo conmigo y el se trae a Lando consigo.

—Vas a pagarlo muy caro —me amenazó Lando, mientras me jalaba de los cabellos y por consiguiente yo hice lo mismo—, ¡Suéltame!

—¡Lando suelta a la niña! —grito Carlos tratando de separarnos pero ambos parecíamos no hacerlo, mi cabeza  ya estaba doliendo y supe que a Lando también porque empezó a quejarse.

—¡Pero si es mayor que yo!

—¡Dijiste que eso no importaba! —me burle, aflojando mi agarre sintiendo que lo hacía conmigo, así que por último vuelvo a apretar su cabello moviendo su cabeza con fuerza. Riendo me alejo lo más que puedo antes de que me alcance—, suerte para la otra.

Alzó los dedos y yo solo le mande un besito, mientras iba por toallas.

Aun riendo por esa escena, envolviendome en la toalla seguí caminando en busca de Charles.

Lamentablemente había quedado en cuarto lugar y sabía que eso podía afectarle mucho, por lo que meticulosamente lo busque en los lugares más solitarios del lugar.

—Charlie —lo llamé suavemente cuando lo encontré sentado sobre unos camastros cerca del jacuzzi. Me miro por un momento antes de bajar la mirada avergonzado— ¿Cómo estás?

—La he cagado —soltó un gruñido y yo solo me quedé quieta—, estoy harto ¡Harto!

Me asuste un poco cuando se jalo los cabellos frustrado.

—No fue tu culpa, Charles —apreté su hombro sentándome a su lado—, Ferrari no debió de mandarte a boxes cuando estaba Carlos.

—Solo quiero ir a casa —me miro por un momento, implorando—, quédate conmigo esta noche.

—Sabes que no puedo, seguro mi padre se vuelva loco —hice una mueca de lastima pero él parecía rogarme con la mirada—, veré que hago para que no se entere.

El día de carrera era lluvioso, así que nos paramos del asiento rápidamente cuando empezó a caer pequeñas gotas sobre nosotros.

Cuando nos subimos a su Ferrari, manejo tranquilo sobre la ciudad sabiendo que todo era una locura. Habían miles de aficionados por las calles, celebridades tanto nacionales como internacionales.

Era una locura vivir un GP en Monaco, era como el país entero se volviera una gran fiesta de este a oeste, desparramando euros como si fueran nada.

Cuando pensabas en Monaco lo primero que se te viene a la mente es dinero, lujos, fiesta y era tan cierto cuando los GP se celebraban, porque todo mundo parecía importarle poco cuanto gastara entre champaña, yates y hoteles.

Llegar a casa de Charles fue una travesía, al final para poder entrar al edificio tuvimos que correr porque algunos fans en la calle podían reconocerlo y no estaba de humor.

—¿Tienes hambre? —le comenté por lo bajo—, puedo pedir algo.

—Solo quiero acostarme y dormir hasta la siguiente carrera —pidió de manera simple, dejándose caer a su sofá.

Cuando deje Monaco, Charles aún vivía con su madre. Así que ahora que tenía un departamento para él solo me hacía sentir extraña, porque no conocía el lugar.

No era una mentira que vivir en Monaco fuera carísimo. Las rentas podrían acercarse a los millones y aunque Charles ganaba mucho en cada carrera, su departamento era pequeño.

Aunque muy desacomodado.

—¿Hace cuanto no haces limpieza? ¿Un año? —me burle, pateando una lata de coca-cola—, estoy segura que podemos encontrar una serpiente en algún lugar.

—Me mude apenas hace una semana —sonrió por lo bajo, esta vez se acostó sobre mis piernas y empezó a acariciar mi piel expuesta.

—Aún sigo mojada, Che-Sergio me tiró.

Charles murmuró palabrotas por lo bajo, y pude ver como rodaba los ojos antes de ponerse boca arriba y mirarme directamente, entrelazando sus manos en su pecho.

—No puedo creer que ese imbecil me haya ganado en mi propio país, me roba todo lo que quiero —aunque sus palabras fueron sarcásticas, yo no me reí

—¿Te parece si te doy un masaje? Se que te gustan mucho.

—¿Con final feliz? —alzó las cejas con picardía, por lo que golpee su frente con mis dedos—, te espero en la habitación, tu cámbiate.

Hice lo que me dijo quedándome en un enorme short de él y una camisa de Ferrari.

Lo encontré dormido en boxers, así que solo lo arropé porque el frío estaba haciéndose presente, incluso cuando el aire acondicionado no estaba prendido.

Yo también me quedé dormida en la otra punta de la cama y cuando menos lo esperé me estaba poniendo de pie ante el sonido del timbre que era tocado una y otra vez. Charles solo se removió, apretando a él la sabana.

—¿Sí? —apreté el botón del timbre para hablar por el intercomunicador.

—¿Jamie? —la voz de Charlotte sonó desilucionada y yo solo pude quedarme quieta sin poder creer que fuera ella. Mi corazón se paralizó. Me sentía atrapada, como si estuviera cometiendo el peor de los delitos—, ¿Puedes dejarme pasar? Deje un par de cosas en las cajas de mudanza de Charles.

—Claro —apreté el botón de acceso.

Nerviosa, golpee a Charles en la nuca haciendo que se despertara asustado.

»Charlotte está aquí, ve a atenderla.

—Que se vaya, solo quiero dormir —volvió a enterrar la cabeza en las almohadas por lo que jale los vellos de su bigote—, ¡Ay, ay, ay! —golpeo mi mano—, bien, ya voy.

Me quedé dentro de la habitación, esperando a que ella se fuera. Como toda la chismosa que era, deje la puerta abierta y me asomé un tanto viendo como hablaban.

No pude leer sus labios, pero por un momento supe que estaban discutiendo cuando ello lo vió con obviedad.

—Patético que a la semana me hayas dejado por ella —bramó un tanto, haciendo que Charles mirara hacía la puerta por lo que me hice hacía atrás—, ¡Al final ganaste, Jamie!

—Solo vete —la voz seca de Charles solo me hizo morder mi labio, sintiendo pena por ella—, ella no tiene nada que ver.

—¡Así como lo hizo con Giada, como lo hizo conmigo, lo hará contigo Sivan! —gritó antes de dar un portazo.

Descolada, apreté mis puños ante la inseguridad que sentí por ello.

Charles se puso de cuclillas frente a mi, agarrando mis manos y yo solo pude mirarlo sin expresión alguna. Sus ojos parecían asustados y preocupados.

—No le creas —imploró, acariciando mis pulgares.

Sonreí con tranquilidad:— El problema es que realmente ella está diciendo la verdad.

I HATE - Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora