Capítulo uno.

791 20 0
                                    

Mis piernas tiemblan tanto cuando bajo del avión en Italia.

Tantas riquezas en Monaco y ningún aeropuerto en la ciudad.

Tomar el tren fue fácil pero demasiado difícil no terminar durmiendo en el hombro del viejito que había aun lado mío.

—Estoy en la estación —pronuncie una vez mi hermana mayor atendió el teléfono—, espero no le hayas dicho a nadie.

—Sabes que no —dijo obvia—, Russel lo prometió.

—¿Se lo haz dicho?

—¿Cómo ocultarle a mi novio que mi hermana menor esta por llegar? Se emocionó mucho, pero tuve que callarlo —suspiró con cansancio—, como sea estoy aquí.

Con desesperación fui hasta la vereda de embarque encontrándome con el bonito Mercedes Benz que George le regaló en su primer año de novios. Era tan sofisticado como mi hermana.

Su tez trigueña, su ojos verdes aceitunados y su largo cabello negro. Se vestía tan elegante que me daba vergüenza estar junto a ella, pues yo parecía toda una Rue Bennet.

—Oh, Jamie —me abrazó tan pronto me subí al auto—, te extrañamos tanto.

—Te ví en navidad —murmuré, esperando no sonar grosera—, te ves linda.

—Igual tú, aunque no me gusta que te hayas cortado tanto el cabello —tocó algunos mechones rebeldes que caían en mi frente y nos asustamos tan pronto alguien sonó su claxon detrás de nosotros, haciendo que la chica rápidamente pisara el acelerador—, ¿Cómo te fue en Kiev?

—Igual que en Canadá, México, Perú —le sonreí pero supo que algo andaba mal tan pronto las comisuras de mis labios no se alzaron tanto—, estoy cansada ¿Podemos llegar ya?

Barbara Sivan me miro y asintió.

Amaba a mi hermana. Todo en ella me hacía sentir especial porque tenía eso que te hacía sentir en casa. Jamás se enojaba a menos que realmente hicieras algo malo, pero siempre tenía una sonrisa en su rostro y era un rayo de sol, siempre positiva.

Extraño ser así.

Extraño ser la chica que reía por todo y que hacía bromas por lo más mínimo. Extraño que me salgan lágrimas mientras me río y que mi estómago duela. Extraño ser la magnífica Jamie Sivan.

Tan pronto vi los edificios enormes de la ciudad y la gente recorriendo las calles nocturnas del lugar, un peso enorme se hizo en mi estómago.

Estar aquí me recordaba de todo lo que alguna vez huí, de esas noches en las que lloraba en las bancas fuera del edificio de donde vivía porque no quería que Rebeca se enterara.

Pero tan poco podía olvidar las veces que salíamos a correr, descubrir nuevos restaurantes, ir a las tiendas, correr en el auto de su madre mientras lo alentaba que subiera más la velocidad.

El semáforo se puso en rojo en una de las avenidas mas concurridas del lugar y solo pude recordar la vez que nos peleamos en medio de la calle y tuve que saltar hacía la vereda cuando me dejo sola a mitad de la noche.

Sentí odio, y solo pude morder mi labio para no soltar una maldición.

—George está en casa —la mire como si de un fantasma se tratase—, no invitamos a nadie.

—Bien —murmuré, sacando mi maleta de la cajuela—, solo me quedaré contigo esta noche. Mañana me voy con papá y mamá.

—¿No vas a extrañar la ciudad? —tomó la pequeña maleta que tenía en la mano ayudandome, y solo pude agredcerle con la mirada—, puedes quedarte aquí. Me hace falta compañía.

I HATE - Charles LeclercWhere stories live. Discover now