Capitulo cinco.

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Trotaba sobre las calles de Monaco de manera suave. Había dejado aun lado mi rutina la última semana pero hoy parecía que me había levantado de buenas después de mucho, así que hice algo para activárme.

Hace tres noches que vi a Charles, hoy era viernes y sabía que probablemente él ya esté en otra parte del continente así que me importó muy poco.

Verlo ese día realmente me trajo mucha paz, porque me di cuenta que podía seguir mi vida. Cuando lo ví me sentí de nuevo presa de su atención, de su amor, pero tan pronto subí a la habitación supe que ya no me sentía como cuando tenía dieciocho años.

Me sentía como si Charles Leclerc fuera otro chico más en el mundo y por primera vez pude respirar en paz en todo Monaco. No quería negarlo, ahora solo recordaba lo bueno y lo malo se sentía como algo lejano.

—Un americano frío, con dos de azúcar —murmuré hacía la chica que estaba detrás de la barra.

—¿Jamie? —no reconozco esa voz—, ¡Mi querida Jamie!

Reconozco ese olor, ese cuerpo, ese rostro.

—Pascale —abracé su delgado cuerpo, sintiendo sus manos apretar mi espalda con añoranza que me dejo sin aliento—, que joven se ve.

Ella sonrió ante mi adulación, y yo hice lo mismo cuando me tomó de las mejillas. Siempre me dijo que mi rostro angelical atraparía todos los corazones posible. Aunque yo solo quería uno y nunca me volteo a ver.

—Te hemos extrañado por aquí —sus ojos brillosos llenos de dulzura me hicieron bajar la cabeza avergonzada—, Arthur me dijo que te vió el otro día.

—Lo sé, ese día salí huyendo —me disculpe avergonzada—, llevaba un poco de prisa.

—Espero no tengas tanta prisa para desayunar conmigo mañana —me miro de la única manera en que sabía que no podría decirle que no e instantáneamente asentí—, ¿Te parece si vamos a ese bonito lugar al que iban tu y Charles?

—De acuerdo —asentí afusivamente—, debo irme, mi padre me espera en casa.

—¿Aun sigue controlando todo lo que haces? —empezó a reír cuando miro mi mueca—, ese hombre no cambia, mándale saludos de mi parte.

—Gracias señora Leclerc.

—¡Mañana a las diez! —grito cuando empecé a trotar fuera del lugar y solo alce los pulgares para que viera que estaba de acuerdo.

De regreso a casa, me encontré con mi padre hablando con mi madre en la entrada y supe que estaba en problemas cuando miró su reloj severamente.

—Llegué —anuncié, dándoles una sonrisa— ¿Tan rápido pierdes la cordura?

—Solo estaba preocupado, tardaste una hora en llegar —su voz fue suave, mientras me daba una toalla para secarme el sudor—, tu madre hizo sopa, entra que muero de hambre.

—¿Me esperaste para comer? —dije enternecida pero el asintió como si estuviera avergonzado—, me cambio y bajo en veinte minutos.

—¡Ya te espere sesenta minutos! —me grito pero yo solo empecé a subir las escaleras.

El día fue demasiado tranquilo, y me gustaba.

Me gustaba la tranquilidad que mi casa me daba. La seguridad de que no había nadie que me molestara, que me hiciera sentir como un juguete y que nadie iba a estar gritandome.

—¿Quieres dar un paseo querida? —mi padre entro a la sala, agitando las llaves y yo solo pude mirarlo.

No quería, realmente solo quería ver televisión hasta dormirme, pero al ver su rostro con ilusión asentí. Mamá también nos acompañaba.

Canciones de los 60's estadounidenses empezaron a sonar por la radio del auto, llenando mi pecho de remolinos de amor al verlos a ellos dos cantar con fuerza, como si recordaran épocas de oro.

Deseaba que alguien me amara por siempre.

Cuándo llegamos a la bahía, papá ya no manejaba con rapidez ahora solo lo hacía de manera lenta como si fuera la primera vez que viéramos la ciudad de noche pero no me importó.

Bajamos cuando llegamos a uno de los restaurantes favoritos de papá. Tan lujoso como nuestro nombre.

—... Y entonces, Taemo y yo tuvimos que salir corriendo —comenté una de mis tantas anécdotas de reporte en Corea—, jamás me había sentido tan chismosa como esa vez. Mi vida corrió peligro.

—Cuando haces lo que más te gusta, siempre pasan esas cosas —comentó divertido papá—, en los viñedos una vez por amor a mis tierras, me metí entre el fuego para apagarlo.

—Tu papá fue todo un héroe —mi madre beso su mejilla orgullosa y él hizo lo mismo con ella—, fue un día terrible pero gracias a a tu padre la mayoría del lugar se salvó.

Cuando la cena terminó, ahora fui chofer de ellos quien disfrutaban de la noche estrellada. Ahora el aire golpeaba mi cara de manera suave ya que había quitado el techo del auto y la música sonaba con tranquilidad.

Por el retrovisor pude presenciar el mayor de los amores. Mi papá parecía amar a mi madre incluso después de tantos años.

Yo siempre desee algo así. Que me amaran por toda la eternidad y que todos los días de mi vida me recordaran que estar como era un privilegio.

Quite una lágrima emotiva que salió de mi sin poder evitarlo, mirando al frente, para que ellos no se dieran cuenta.

Estar rodeada de amor puro y sincero me ponía altamente triste y muy derrotada. Tenía a todos con alguien en sus vidas y yo solo era... un fracaso.

La noche terminó cuando me quedé dormida pero tan pronto abrí los ojos, pues mi ventana era golpeada con fuerza, me asuste.

—¿Qué demonios? —brame tan pronto una piedra cayó en el piso cuando abri la ventana—, ¿Acaso eres imbecil?

—Déjame subir —imploro, mirándome suplicante pero yo solo alce una ceja curiosa—, necesitamos hablar.

—¿No crees que es un poco tarde? —brame, mirando como Charles sonreía como un niño.

—Pero si apenas son las doce.

—No hablo de la hora, Charles. Hablo de cuatro años tarde —tome la piedra que me había tirado y con fuerza la tire donde él pero sin darle, por lo que salto asustado y su rostro sorprendido me miro—. No te quiero cerca de mi, así que largo.

—No voy a irme hasta que me des una explicación —reto, esta vez trepando la enredadera que había fuera de mi habitación.

—Buena suerte con eso —le di una risa sarcástica, antes de tomar los tornillos de la enredadera y quitarlo haciendo que los ojos asustados de Charles fueran lo último que viera antes de cerrar la ventana con fuerza.

Un "Ah" de dolor se escuchó, junto con ruidos de ramas arrancándose de mi ventana. Me reí cuando lo vi corriendo con dolor, pues la luz de la habitación de mis padres se encendió.

 Me reí cuando lo vi corriendo con dolor, pues la luz de la habitación de mis padres se encendió

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I HATE - Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora