|Capítulo 37: Mutuo acuerdo|

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Pese a que no deseaban abandonar a sus compañeros, sabían que era la única elección viable en ese momento, con la esperanza de que ellos se unirían al finalizar. La prioridad era transmitir la información y advertir a otros sobre las condiciones de la superficie.

Tras el retorno de Aleury y los mellizos Narak, las horas pasaron con un peso desalentador sobre los corazones de todos. La ausencia de noticias sobre Arjhan y Naith se convirtió en una sombra oscura que se cernía sobre ellos.

Con el paso del tiempo, esa premonición se volvió más tangible. Aunque nadie quería admitirlo abiertamente, todos sabían en lo más profundo de su ser que las posibilidades de que los dos Aisures regresaran se tornaban cada vez más nulas.

Nyree, con el corazón atormentado, lloró la pérdida de su amado con una intensidad amarga que llenaba el aire. Las lágrimas que derramaba eran un eco de la angustia compartida por familiares y amigos cercanos, una angustia que no necesitaba palabras para ser comprendida. En cambio, a pesar de que Nath no lloriqueó por su progenitor, su semblante se oscureció como nunca antes.

En ese ambiente de luto y preocupación, Drishti se puso de pie.

—Iré por Virav, creo que ya es hora de traerlo de regreso —anunció, con la mirada recorriendo las caras cansadas que lo rodeaban—. Pero ¿quiénes se unirán a la octava unidad?

El silencio cayó sobre los más próximos a él.

Todos entendieron que unirse a esas expediciones no era un deber impuesto, sino un acto voluntario. Sin embargo, después de las experiencias relatadas por los tres sobrevivientes de la séptima unidad, una sombra de temor se cernía sobre la idea de unirse a la siguiente misión.

Kurenka se colocó de pie en lo que alzaba una mano. Nath lo observó durante unos segundos y, por fin, se unió al gesto del joven Kieran. A pocos pasos de distancia, Nyree también se levantó. Con manos que temblaban ligeramente, limpió sus mejillas, tratando de recomponerse ante la partida de su amado.

El silencio que siguió a su ofrecimiento fue profundo y pesado.

Ninguna otra voz se alzó para unirse a ellos.

Drishti, consciente de que ya tenían tres voluntarios, sabía que era suficiente para llevar a cabo la misión. No obstante, un conflicto interno bullía en su interior. Miró a su primogénito, Kurenka, cuya decisión estaba clara. Pero el dilema persistía: ¿era correcto permitirle a su hijo arriesgarse de esa manera? Drishti sabía que su primogénito era valiente y decidido, poco podría hacer para disuadirlo de una elección que había tomado con tanta convicción. Temía que su hijo pudiera descubrir la verdad sobre su abuelo mientras se encontraba en la superficie, una verdad que lo heriría profundamente.

¿Cómo podía intentar frenar el ímpetu y la valentía de su hijo? Era una batalla perdida, una que seguramente llevaría a la frustración de ambos. La mirada de Drishti recorrió la asamblea, deteniéndose en Lixra. Si ella no se oponía, ¿por qué él lo debía hacerlo?

Con un suspiro resignado, Drishti asintió

—Coordinen la ubicación de la emboscada que tuvieron en Kaha y eviten los enfrentamientos a cualquier costo —pidió con seriedad y, mirando fijamente a su hijo, dijo—: Vuelvan. Todos... vuelvan.

Kurenka, Nath y Nyree asintieron en respuesta a las palabras ajenas. Aunque las lágrimas amenazaban con empañar sus miradas, mantuvieron la resolución en sus rostros mientras se dirigían hacia los mellizos y la Emperatriz de Oge.

Drishti se giró, alejándose de ellos mientras continuaba la marcha por los pasillos llenos de emociones contenidas. La multitud a su alrededor era un recordatorio constante de las vidas en juego, de las historias entrelazadas que se desplegaban en cada rincón de su hogar. Los murmullos de la gente y el sonido de los suspiros, lo acompañaron en su camino hasta que por fin alcanzó el lugar donde creía que se encontraban las tierras de Sréca.

|Una memoria perdida|Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt