8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)

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Recordó el viento y las olas que estuvieron a punto de costarle la vida apenas unas horas antes. ¿Cómo podrían haber sobrevivido? No lo habían hecho, estaba seguro. Pero, entonces... ¿por qué necesitaba encontrar los cadáveres?

«Lo más seguro es que las olas se los hayan llevado», como había sucedido con la mayor parte de los muebles de la casa. Los que no habían sido arrastrados por las olas, estaban todos amontonados contra una de las paredes que quedaban en pie. Y hasta allí fue Zero.

Apartó los restos y los fue acumulando a un lado, sin importarle dónde caían ni lo que eran. Primero con cuidado, luego, a medida que la desesperación se adueñaba de él, fue retirando las cosas más deprisa, con una impaciencia que no alcanzaba a comprender y que solo se contuvo cuando descubrió una pequeña mano de un apagado color verde.

—No —murmuró Zero con voz ahogada. Se tomó unos instantes para estabilizar la respiración y controlar la incipiente histeria que amenazaba con adueñarse de él. Agarró la mano con dulzura y se la acercó a la mejilla—. Lo siento mucho, Marie. No debiste abrir el sarcófago —susurró, besando la palma fría—. Mi monstruo os mató a todos.  Pero esta vez no se quedará así, hermanita. Te lo prometo.

Venganza.

Ese sentimiento era nuevo para él. Sentía que lo había pasado mal muchas veces. Si hacía caso a la historia que le había contado Tristan, tenía motivos para exigir venganza desde hace tiempo, pero nunca se lo había planteado hasta ese momento.

«Porque no me han atacado a mí», se dijo. «Eso es lo que lo cambia todo. No soy yo quién yace muerto y enterrado; es una niña pequeña. Es alguien que me quería». Alzó la mirada al cielo buscando una salida, pero lo único que encontró fueron nubes grises. El breve claro tocaba a su fin y él tenía que descender un acantilado. Besó de nuevo la mano de la niña y se despidió con una promesa; alguien pagaría por eso.

***

El viento le trajo un sonido nuevo, un sonido extraño que no esperaba escuchar. No cuando apenas había dejado de llover. Pero quizá...

«¡Tristan!», pensó, incorporándose de golpe. El rumor venía del otro lado de la isla, de la parte que tenía un poco de playa. Zero corrió tanto como pudo, impulsado por la esperanza, subió el arrecife esperando encontrar un pequeño hidrodeslizador de emergencias pero no fue eso lo que vio. Era una nave pequeña, de color gris oscuro, que apenas se vislumbraba cuando se recortaba sobre el mar. Y de aquel artefacto salieron cinco hombres con extraños uniformes. Armados.

Un equipo de salvamento no vendría con armas a buscarle. Un equipo de salvamento habría venido en una unidad médica porque él había dicho que Alicia estaba herida. Un equipo de salvamento no se habría arriesgado cuando ni siquiera había dejado de llover por completo. No, aquello no era un equipo de salvamento; era una unidad de recuperación. Buscaban algo. Le buscaban a él.

Zero se escondió entre los despojos y esperó en silencio, conteniendo el aliento. Tarde o temprano vendrían a por él y les estaría esperando. Pero la impaciencia hizo que se precipitara y asomó la cabeza.

No vio a nadie.

Sabía que no debía hacerlo pero salió de su escondite. Reaccionó sin darse cuenta al escuchar los pasos y el sonido estático que hacía una pistola de agujas cuando preparaba un disparo. Con un movimiento preciso, esquivó la carga eléctrica que se estrelló en la pared del fondo y se refugió tras el motón de escombros. ¡Le estaban disparando!

—¡Hay uno vivo! —gritó uno de los tipos uniformados—. ¡Lo he visto moverse!

Zero no se dio cuenta pero estaba sonriendo. Había pedido venganza y esta se le entregaba en bandeja. No podía quejarse. Podía pensar que estaba solo, desarmado, cansado y hambriento y que se enfrentaba a un mínimo de cinco atacantes pero, sin embargo, estaba contento.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now