Capítulo 3

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CAPÍTULO 3
Había pasado un año desde la última vez que Lola había visto a José Luis, al principio recibió cartas que le enviaba, diciéndola lo mucho que la echaba de menos, que pronto volvería a Cuba y que estaría con ella, después las misivas se quedaron en el olvido.  Fulgencio, padre de Lola la veía cada vez más alejada del negocio y la obligaba cada noche a salir por las calles de La Habana en busca de clientes hambrientos por una jovencita que estaba demasiado desarrollada para su edad, sus curvas y sus encantos habían sido la envidia de muchas jineteras, que la habían expulsado de sus esquinas callejeras por ser la más demandada. Lola abatida y derrotada regresaba a casa casi con la mitad de lo que su padre Fulgencio le había estipulado desde que comenzó las calles. Las palizas eran descomunales, dejándola más de una vez en cama, sin poder hablar y mucho menos caminar. Soñaba cada noche con José Luis, que volvía a su encuentro y se la llevaba lejos de aquel indeseable y mal nacido ser que era Fulgencio, a pesar de su padre.
Cuando se recuperaba o así lo creía el padre, la volvía a tirar a las calles en busca de viejos sarnosos que daban buena plata por pasar una hora con La Negra.
Una noche, un hombre en edad madura, alrededor de cincuenta años, agarró a La Negra del brazo y se la llevó en un Chevrolet Bel Air combinado en dos colores, en blanco y en turquesa. La hizo montar en su carro y la alejó de La Habana vieja. Una casa colonial la esperaba tras apearse del auto. Ella aún no había abierto la boca para preguntar por qué aquel vejestorio la había secuestrado de las calles. El viejo la llevó hasta la puerta principal y una doncella vestida de negro y cofia blanca les invitó a pasar.
- Señor Maxwell, le están esperando.
El hombre se quitó el sombrero en forma de seta y se lo entregó a la doncella, que miró a Lola con cara de asco. 
- ¡Ven conmigo! Pequeña fulana, hoy te espera una gran noche, ya le he pagado a tu padre lo que equivale mantenerte un mes, me has costado muy cara, pequeña ramera.
Lola al escuchar aquellas malditas palabras, intentó escapar de las garras del seboso hombre. Pero éste le pudo todos los impedimentos posibles para poder escapar. Lola acorralada solo pudo morder la mano de aquel que había vendido su padre. El grito hizo eco en la casa y salieron al encuentro tres hombres más de una de las dobles puertas que guardaban la casa.
Entre los cuatro tuvieron que coger a Lola que ponía resistencia a sus agresores. Fue imposible escapar de cuatro viejos sarnosos con aparente porte inglés. La metieron dentro de aquella sala y la tiraron como si fuera un perro inmundo a uno de los chaiselong de color canela que iba muy acorde a la decoración de la habitación. El humo de los cigarros cubanos perfumaba el ambiente. Alfombras de cachemire hacían la elegancia del lugar, paredes pintadas en colores grana y ocre, escenificando orgías romanas. Apliques en forma de antorcha colgadas en las paredes las hacían más visibles. Una barra de bar acristalada esquinaba la entrada del salón, con botellas hechas del mismo material que de donde se servían licores de color caramelo.
Lola aterrorizada vio como los cuatro hombres con el rostro rosáceo, casi emulando a los mismísimos cerdos se iban acercando a ella, mostrando sus sonrisas con la dentadura tan amarilla que cualquier diría que estaban enfermos de ictericia, bebían de un trago aquellos licores. Y miraban su premio con ojos de poder.
¿Quién va a hacer los honores? – propuso uno de aquellos engendros sarnosos, mientras Lola asqueada y muerta de miedo se acurrucaba en el sofá de color marrón.
- ¡Maxwell debería ser el que probara a esta putita! – exclamó un hombre alto y gordo, con la cara llena de venas rojas que le atravesaban de lado a lado.
- Tienes razón, Winfield, así nos dará su Benedicto sobre ella. – dijo otro de aquellos seres de mala muerte.
- Bueno, a lo mejor Ramphy quiere ser el primero, ya que fue él quien tuvo la idea. – terminó de decir Maxwell.
Lola al escucharlos, a pesar de que estos hablaran en inglés, ya sabía que estaba perdida.
- Vas a probar lo que un Lord de esta categoría vale, muchacha.
Ramphy fue el primero que se la llevó a una habitación contigua al salón. El cuarto estaba oscuro y el hombre encendió un candil que estaba en una mesita de noche, la iluminación era bastante vaga para que Lola pudiera ver con nitidez que tipo de lugar era al que la habían llevado. Pudo ver unos enormes cortinones que ocultaban la noche a través de unas ventanas tipo francés, una gran cama con la cabecera ornamentada de querubines y una silla estilo barroco donde aquel hombre comenzó a depositar sus prendas.
- ¡Desnúdate! – Ordenó aquel asqueroso ser.
Lola al ver sus grasientas y caídas carnes, soltó una arcada y obedeció. Se tumbó en la mullida cama y se dejó hacer. Abrió sus piernas sin rechistar, viendo como aquel adefesio la introducía algo que estaba escondido entre sus bajas carnes. Lola cerró los ojos mientras la cama se movía y pensó en José Luis, en aquellas noches de pasión con él. Imaginó sus besos recorriendo su cuerpo desnudo, como sus manos acariciaban sus senos de terciopelo, o como su lengua recorría sus curvas hasta llegar a la cumbre de su ser. Durante una hora y media no abrió los ojos, sabiendo que cuatro ancianos viciosos estaban ultrajando su cuerpo, cuando el último acabó, sacó aquello que denominaba miembro viril, caído y flácido y dejó caer pequeños fluidos en el vientre de La Negra. Ella, abrió los ojos a la vez que dos enormes lágrimas se desprendían de su rostro.
- ¡Vístete! No eres tanto como decía tu padre, vulgar y chabacana, ni siquiera has mostrado un poco de entusiasmo. No merece la pena repetir por ti. ¡Vete!
Lola acató la orden con gusto, recogió su ropa y salió tan pronto como pudo de aquella casa.
Un carro con un chofer estaba en la puerta esperando. Salió del auto, abrió la puerta e invitó a Lola a que entrara en él.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2023 ⏰

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