|Capítulo 40: Kihen|

Depuis le début
                                    

Incluso le dieron una guía con dibujos y frases del lenguaje que hablaban: Mythos.

Por otro lado, al finalizar las labores matutinas, solía encerrarse en la alcoba que le asignaron desde su llegada. Allí, tomó el viejo diario que adquirió, lo abrió en una página en blanco y comenzó a escribir:

«Décimo octavo amanecer de Bakwai:

A pesar de que ayer soñé que estaba a tu lado, cariño, desperté y me di cuenta de que, en verdad, estoy tan lejos de casa como nunca...

El dolor de la distancia se intensifica con cada jornada que transcurre. Odio hacerte pasar por esto. De verdad que era lo último que quería para ti. Todo cambió de un instante a otro y, tal vez, cometí el peor error de mi existencia al alejarme por el bien de ustedes. Espero que no me odies por esta decisión.

Creí que «huir» era lo mejor... ¿Acaso estuvo mal obedecer a mi corazón?

¿Por cuánto tiempo hemos de permanecer separados?

En verdad lo lamento.

Con amor, Virav».

El joven Aisur cerró el objeto cuando su visión comenzó a distorsionarse debido a las lágrimas. Sus labios tiritaban y sus manos se presionaban con fuerza: ¿Qué debía hacer? ¿Cómo podría regresar cuando no existía nadie que fuera capaz de hablar su mismo idioma o, en otro caso, manipular el Ha para crear un patrón de sellos que lo devolviera a su hogar? ¿Por cuánto tiempo debía cagar con el peso de haber herido a su unión y a su hija?

«¿De verdad fue la mejor decisión?», cuestionó a su corazón, una vez más.

«¿De verdad fue la mejor decisión?», cuestionó a su corazón, una vez más

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Ciudad capital de Ciolán, Niarys.

Territorios en disputa con los Oscuros, reino de Caeles.

Las situaciones por las que Niarys se preocupaba eran, en realidad, casi inexistentes. A fin de cuentas, ¿qué podía ocupar su cabeza y corazón con nada más cinco ciclos lunares?

Ella estaba sumida en la felicidad del momento. Sus pequeños pies se hundían en la suave alfombra de hojas que cubría el suelo de la arboleda. El sutil crujido de estas llenaba el entorno que recorría, y el murmullo de la corriente de agua colindante, acompañaban la sinfonía que brotaba de sus labios delgados. El sol filtraba sus rayos a través de las copas y ramas arbóreas, creando un dosel de sombras danzantes sobre la niña.

En eso, una familiar presencia hizo que se detuviera en seco, sus grandes ojitos ámbar se establecieron en la noble figura de su padre que se aproximaba a pasos parsimoniosos. Un intenso brillo iluminó su infantil rostro; ella no entendía por qué, pero parecía entender que su mundo giraba en torno a él.

|Una memoria perdida|Où les histoires vivent. Découvrez maintenant