|Capítulo 4: Tragedias|

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Aun así, no permitieron que el miedo se apoderara de ellos.

Con el ceño fruncido y los ojos ardientes de osadía, Alraksh apretó la mano de su mellizo, Vine'et. Escudriñó el entorno, evaluando con rapidez las posibilidades y buscando cualquier oportunidad de escape. Su mente calculaba distintas estrategias para huir.

En medio de la tensión, el silencio pesado era roto únicamente por el sonido de su respiración agitada y el paso firme de los soldados que los rodeaban. El general Selvyn, un hombre formidable con un distintivo uniforme marcial, se erguía con altivez. Iba acompañado de un grupo marcial pequeño que permanecían como estatuas de phazite forjado.

Ysira, miren a quiénes tenemos aquí —pronunció el general con una mueca maliciosa y un tono de superioridad—. Los hijos del juez Narak metidos en serios problemas. Parece que a ustedes les encanta causar revuelo de una u otra forma, ¿verdad? Es una verdadera lástima ver cómo desperdician su talento.

Por instinto, Alraksh protegió el cuerpo de su mellizo con el propio. No iba a permitir que los insultos y las acusaciones infundadas los debilitaran, no importaba lo intimidante que fuera la figura de Selvyn frente a ellos.

—Esto es una desafortunada coincidencia, señor —dijo Alraksh, firme—. Además, no tienen ninguna evidencia para detenerlo. No tienen una causa válida.

El general soltó una risa burlona, como si disfrutara de la situación. Respondió con sarcasmo:

—¿No querías decir «causalidad»? —sugirió con una mueca ladina—. Los llaman testigos presenciales, muchacho. Pero no te culpo, ¿qué sabría un simple aprendiz? —Escudriñó a los jóvenes de pies a cabeza—. Dime, ¿acaso no sientes en tus huesos que esto es prueba suficiente?

—¡Pero no fui yo! ¡No lo hice! —La voz del acusado resonó en el aire—. ¡Ella miente!

—¿Y por qué huyen si es mentira? —preguntó Selvyn con voz de advertencia—. ¡¿No ven la gravedad de sus actos?! Ni siquiera su padre podrá protegerlos de las consecuencias.

Alraksh apretó los puños, las uñas se le clavaron en la palma.

—¡No tienen una orden del Jefe de Investigaciones! —exclamó, tratando de que su voz se oyera por encima del bullicio.

—Con orden o sin ella, serán procesados —declaró el general, amenazante.

Sin pensarlo dos veces, Alraksh se lanzó a correr y Vine'et le siguió los pasos, aferrándose a él.

Savva era una Gran Nación laberíntica, repleta de callejones retorcidos en donde los lugareños se perdían si bajaban la guardia. No obstante, los mellizos Narak eran una excepción, fuera de muchos soldados veteranos: conocían cada atajo y rincón de la zona como si fueran extensiones de su propio ser. Se movían con destreza.

—¡No te distraigas! —regañó Alraksh sin detenerse—. ¡O terminarás tropezando!

—¡Lo sé! ¡No necesito que me lo recuerdes! —respondió Vine'et con la respiración entrecortada.

Minutos posteriores, se detuvieron para descansar en medio de un pasadizo oscuro y húmedo. Apoyaron las espaldas contra la pared, tratando de recuperar el aliento. El callejón estaba iluminado por la luz tenue de luminarias mágicas que se filtraba entre los edificios cercanos.

Intercambiaron ojeadas cautelosas, sabían que no podían detenerse por mucho tiempo.

Tras ese soplo, cada segundo de descanso era un lujo efímero: debían decidir su próximo movimiento. Empero, el sudor escurría por sus frentes, mezclándose con el agotamiento y el temor que los envolvía. El miedo nublaba su juicio, entorpeciendo el análisis apropiado de opciones.

|Una memoria perdida|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora