|Capítulo 2: Retorno a Kihoi|

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El vagón que ocuparon era de uso exclusivo para los Aisures de alto estatus social.

La primera media etapa pasó en un mutismo tranquilo, interrumpido por el traqueteo de las ruedas sobre los rieles.

Atento al anciano, Khel habló:

—¿Está seguro de que no prefiere desplazarse por medio de un sello? —Presionó los documentos que sostenía—. Sería menos agotador, considerando su salud. Debe cuidarse mejor y evitar viajes extensos, señor Jeir. Recuerde las sugerencias del sanador y los análisis.

—¿Por qué tanta prisa? —cuestionó Makai con cansancio—. Disfruta del paisaje y relájate; aún contamos con tiempo suficiente.

El referido asintió con gesto resignado.

El aparato continuó su marcha, mientras el sol se posicionaba con lentitud en su cenit. A la par del desplazamiento, las ventanas ofrecían vistas panorámicas de dominios fértiles, montañas regias y ríos sinuosos. Los guardias de turno se mantuvieron alerta en sus posiciones, vigilantes. En cambio, Makai se recostó en el asiento, presionando los párpados.

Tras una orden discreta de Khel, los soldados se levantaron con galanura y realizaron una reverencia antes de retirarse, dejando a los superiores a solas. El consejero ocupó el asiento de enfrente, cruzando las piernas y reposando las manos en las rodillas.

—Leier Makai, entiendo que esté actuando en beneficio del joven Virav, pero ¿de verdad supone que el Consejo aceptará su solicitud? —susurró, cauteloso—. Existe la posibilidad de que lo rechacen sin siquiera dudarlo.

Jeir se acomodó mejor en el sitio, ladeando la cabeza.

—Tocar la puerta no garantiza la entrada, pero se considerará —aseguró, sosegado—. No te atormentes con suposiciones, Khel. Confía en que tenemos argumentos sólidos para respaldarnos.

—Su salud no es un argumento, es una realidad. Además, el Consejo no se ha pronunciado respecto a los avances del Jefe Kieran; ¿por qué tanto secretismo? —masculló con voz cargada de frustración—. Entiendo que no corresponde conocer a cabalidad las razones por las decisiones tomadas concernientes a Virav o de la destitución y desaparición del exjuez Rodhan. Sin embargo, ¿usted no tiene derecho de saberlo?

»¿Cómo pretenden que usted tome decisiones a ciegas? Quizá no conviene que él abandone Maa todavía... —conjeturó.

—Khel, entiendo tu frustración, pero son temas del Consejo. —Makai mantuvo la vista en el paisaje—. Virav precisa expandir sus horizontes, conocer otros lugares y personas. —Agachó la cabeza y una apacible expresión afloró en sus arrugados labios—. Ya no puedo ocuparme de él por otro ciclo.

«Y no debería seguir viviendo ajeno a la realidad que lo rodea», se contuvo de añadir.

Khel le dedicó una ojeada afligida al mayor en lo que apretaba los labios, pronto la desvió al ventanal de la cabina. Las épocas transcurridas en compañía de aquel hombre eran más de los que podía contar con sus manos y esa era la primera vez que hablaban del tema. No por falta de tiempo o confianza, sino porque no quería.

Con un susurro apenas audible, admitió:

—Sí, tiene razón.

Makai suspiró. No culpaba a su consejero por tal raciocinio, pues no había estado a su lado el día que la Guardián Nyree Tsarki, en medio de la desesperación, le imploró que resguardase a Virav.

En esa época, si bien le había preocupado el hecho de tener que enseñarle a un niño desorientado respecto al Ha, o a las divisiones de los Aisures, una parte de él no pudo dejarlo de lado. A fin de cuentas, ¿qué culpa poseía Virav si no era consciente de lo que ocurrió a su alrededor ni de las decisiones tomadas en la época?

|Una memoria perdida|Where stories live. Discover now