CAPITULO 4

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La casa Hawthorne coronaba la colina. Inmensa. No me había equivocado al suponer que sería como un castillo. Había media docena de coches aparcados enfrente y una motocicleta tan hecha polvo que más bien estaba para que la desguazaran y la vendieran por piezas.

– Parece que Nash ha vuelto a casa. – indicó Alisa mirando la moto fijamente.

– ¿Nash? – Preguntó Libby.

– El mayor de los nietos Hawthorne. – aclaró Alisa, apartando la mirada de la moto para fijarla en el castillo. – En total son cuatro.

Cuatro nietos. ¿Serían como Grayson? Traje echo a medida. Argentos ojos grises. La arrogancia al decirme que diera por hecho que él lo sabía todo. Su indudable atractivo.

Alisa nos miró acusatoriamente.

– Os lo digo por experiencia, háganme caso. ni se les ocurra enamorarse de un Hawthorne.

Asentí. Si todos eran como Grayson, no tenia de que preocuparse.

– Tranquila, guardo mi corazón bajo llave. – Le aseguró Avery.

El vestíbulo en si ya era más grande que muchas casas, incluida la nuestra, tendría alrededor de unos cien metros cuadrados. A cada lado del vestíbulo se alzaba una hilera de arcos de piedra, y el altísimo techo de la estancia era una talla de madera ricamente ornamentada.

– Ya están aquí. – Esa voz podría reconocerla en cualquier parte. Dirigí mi mirada al Hawthorne que teníamos delante. Ese día vestía totalmente de negro. – Justo a tiempo. Confío en que el vuelo haya ido bien. – Asentí, aunque realmente no parecía interesarle.

– ¡Tú! – Alisa le recibió con una mirada gélida.

– ¿Debo deducir que no me has perdonado por interferir? – preguntó Grayson.

– Tienes diecinueve años. – replicó Alisa – ¿Es que vas a morir por actuar como tal?

Diecinueve, un año menor que yo, y supuse que despues de hoy también también seria unos miles de millones más rico.

– Igual sí. – Grayson le dedicó una sonrisa que mostraba los dientes. – De nada, por cierto. – Con interferir Grayson se refería a ir a buscar a Avery. No cabía duda. – Señoritas – Añadió – ¿quieren darme los abrigos?

– No, gracias. – Contestó Avery más bien a la defensiva.

– Sí, gracias. – Conteste yo, me dedico una sonrisa gentil mientras le daba el abrigo.

– ¿Y el suyo? – le pregunto Grayson a Libby en tono suave.

Libby todavía estaba boquiabierta por el vestíbulo, Libby se quitó la chaqueta y se la tendió.

Grayson cruzó uno de los arcos de piedra que daba a un pasillo, cuya pared estaba revestida por delicados paneles de madera. Colocó la mano en uno de ellos y empujó, giró la mano noventa grados, empujó el panel contiguo y entonces, en una sucesión demasiado rápida como para que yo pudiera identificarla, golpeó al menos dos más. Oí un leve estallido y apareció una puerta, que se separó del resto de la pared al abrirse de par en par.

– Un armario para los abrigos. – Grayson alargó la mano sacando dos perchas.

Sonreí, viendo como Avery se quedaba mirándole con la boca abierta.

Grayson hizo ademan de cerrar el armario, pero un sonido proveniente de sus profundidades lo detuvo. Oímos un crujido, y luego un estruendo, entonces percibimos algo que se revolvía detrás de los abrigos y una figura emergió entre las sombras. Era un chico, más o menos de la edad de Avery, vestía traje pero no se parecía en nada más a Grayson. Llevaba la americana desabrochada y la corbata le pendía del cuello sin anudar.

Lover - GRAYSON HAWTHORNE Where stories live. Discover now