Frustrada, se levantó para servirse otra taza de café. No sabía por qué su mente se encontraba tan inquieta. En el último tiempo, evocaba una y otra vez las palabras de su madre, y el recuerdo de sus historias era más nítido que nunca. Por alguna extraña razón, de algún modo, esto tenía un efecto en sus emociones, ya que estas se habían vuelto intensas, exacerbadas y efervescentes. A flor de piel.

Quizás tenía que ver con el aumento considerable de extraños fenómenos meteorológicos que venían sucediendo desde hacía meses. Con agobio, se sentó de nuevo frente a la pila de papeles que había desparramados sobre la mesa.

Estallaban tormentas todo el tiempo, pero solo un grupo reducido de ellas le interesaban. Estas tenían un rasgo distintivo que las diferenciaba del resto. Comenzaban de forma violenta y repentina, sin ningún indicio ni condición ambiental desencadenante, y acababan del mismo modo. Eran violentas, imprevisibles y desaparecían con la misma velocidad con la que se generaban.

Aunque intentaba no pensar en eso, cada vez que una de estas surgía, podía sentir una vibración en su cuerpo, como una especie de susurro que le erizaba la piel y la atraía, cual imán, hacia la zona donde se había creado. Experimentaba un tirón que la llamaba, que la impulsaba a dejarlo todo para ir hacia el lugar donde el clima acababa de volverse loco en tan solo una fracción de segundo.

Sin embargo, antes de que pudiera conseguir la ubicación precisa, todo se detenía de forma tan repentina que no le daba tiempo para localizarla. Era como si se camuflara al final, como si no hubiese existido en primer lugar.

Su computadora, equipada con los más actuales y profesionales programas, había detectado en varias oportunidades sucesos similares en los últimos años. Los más notorios fueron registrados, incluso, por los equipos convencionales que utilizaba el Servicio Meteorológico vigente, ubicándolos en las sierras de Córdoba primero y luego en la Ciudad de Buenos Aires.

No obstante, no fueron los únicos. Hubo otros, más pequeños y fugaces, que también mostraron las marcas distintivas de ese tipo de tormentas. El más reciente, ocurrió en una zona apartada de la provincia de Buenos Aires, donde ahora solo quedaban las ruinas de un antiguo hospital psiquiátrico. Convencida de que lo que fuese que las provocaba se encontraba muy cerca, decidió quedarse un tiempo allí, en su casa rodante, a la espera de recibir otra señal y poder encontrar, de una vez por todas, su origen. Al fin y al cabo, a eso se dedicaba.

Tras el accidente en el que sus padres murieron, había sido acogida por una amorosa familia de raros científicos, obsesionados con el clima. Se trataba de un grupo de cazadores de tormentas —como solían llamarse a sí mismos—, inteligentes y apasionados. Ellos fueron los que la encontraron al borde de la muerte luego de que el violento tornado arrojara a su auto por el aire.

Todavía nadie se explicaba cómo había sido posible que estuviese con vida cuando se toparon con ella. Sus heridas eran demasiado graves y se notaba que había perdido muchísima sangre. Venían persiguiendo el temporal durante al menos una hora. Este se había arrastrado desde la ciudad en dirección a las zonas rurales, creciendo considerablemente conforme avanzaba. Nunca habían visto nada similar y estaban maravillados.

Apenas conservaba recuerdos de esa noche. Solo algunas imágenes breves e inconexas, anteriores al trágico momento, cuando ella y su familia habían emprendido la vuelta luego de unas maravillosas vacaciones que jamás olvidaría. Y luego, el rostro amable y preocupado de un señor canoso, con barba y anteojos bifocales, que leía una revista de ciencia en la silla que estaba ubicada junto a su cama en la habitación del hospital donde despertó, meses después.

El hombre había alzado la mirada por encima del texto al oírla moverse y le dedicó una cálida sonrisa que tenía la intención de tranquilizarla. Aníbal se presentó de inmediato y con delicadeza, le contó lo sucedido. Le habló del estado en el que fue encontrada, de que los médicos no se explicaban cómo había sobrevivido y de que no estaban seguros de que fuese a despertar alguna vez. Él, en cambio, estaba convencido de que lo haría y lo alegraba comprobar que no se había equivocado.

Su ángel caídoWhere stories live. Discover now