13 | El país de los mil lagos

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Me encojo de hombros.

—Te dije que quería ir adelantando.

—¿Cuánto ha sido?

—Nada, da igual.

—Maeve, no empieces.

—¿Vas a quedarte ahí sentado o vas a ayudarme a meter todo esto en el maletero? Se nos van a estropear los congelados.

Sin darle la oportunidad de contestar, cojo un par de bolsas y me pongo manos a la obra. Me cuesta reprimir la sonrisa cuando John baja del vehículo refunfuñando para ayudarme. Una vez que hemos guardado toda la compra, me subo al asiento del copiloto y me abrocho el cinturón. Él vuelve a sentarse frente al volante. El trayecto a Sarkola en coche no es solo más cómodo, también más corto. Con suerte hoy no tendrán que esperarme para cenar.

—¿Qué tal las clases? —pregunta tras arrancar el motor.

—Bastante bien.

—Sigo pensando que deberías dejarme pagar todo lo que has comprado.

—Y vosotros deberíais empezar a cobrarme el alquiler de la habitación que llevo ocupando más de un mes —replico mirando por la ventanilla. Todavía no me han dejado darles ni un centavo, así que lo mínimo que puedo hacer es aportar dinero para otras cosas, aunque sea contra su voluntad.

Como si pudiera leerme la mente, John gruñe.

—Niña insoportable.

Eso me hace reír. Al mirarlo, descubro que tiene la vista fija en la carretera y ha esbozado una de sus sonrisas paternales, la misma que pone cuando le toma el pelo a Sienna o Connor le sigue las bromas. No sé cuándo empezó a dedicármelas a mí, pero hay algo cálido, familiar y reconfortante en ello. Igual que en el hecho de que compre mis galletas favoritas todas las semanas. O en que haya cambiado dos veces la marca de café que toman en casa solo por si así encuentro alguna que no me parezca asquerosa. O en que mis tardes con Niko, yendo al parque o comer helado después de las clases de inglés ya se hayan vuelto una tradición.

Mientras salimos de la ciudad, me agacho para sacar mi cámara de la funda y colgármela al cuello. Me la llevo todos los días al trabajo porque hay veinte kilómetros entre Nokia y Sarkola y el paisaje es espectacular. Ahora que la nieve se ha derretido, es todo verde. Todo bosque. Hace poco leí en internet que Finlandia es el país más boscoso de Europa porque el 76% de su superficie está cubierta por árboles. También lo llaman el país de los mil lagos. Y yo solo he visto una pequeña parte de él y ya tengo material suficiente como para llenar un álbum de fotos entero. No puedo esperar descubrir más.

—De todas formas, ¿no le tocaba hacer la compra a Connor esta semana? —Intento parecer desinteresada mientras modifico algunos ajustes de la cámara, pero no funciona. Siento la mirada socarrona de John taladrándome desde la derecha.

—¿Tanto te molesta que haya venido yo en su lugar?

—Claro que no. Era solo una pregunta.

Evito el contacto visual porque no quiero que sepa que estoy mintiendo. Sí que hubiera preferido que viniera Connor. Llevo un tiempo queriendo hacer una parada a medio camino para sacar unas fotos en el bosque y estoy segura de que a él no le habría importado. No puedo decir lo mismo de John —me da vergüenza incluso preguntárselo—, así que supongo que mi pequeña expedición creativa tendrá que esperar.

Pero esa es la única razón por la que quería que viniese él.

—Iba a venir, pero Sienna lleva toda la tarde intentando arreglar el desastre que se hizo en el pelo. Seguían en ello cuando me he ido —me explica John.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now