Capitulo XIV: Frente a frente (II/III)

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Exhalé un gemido angustiado antes de tomar la caja. Encendí mi savje y acerqué la mano, de inmediato la caja se desarmó y ante mí aparecieron las partes de una resplandeciente armadura negra y dorada.

—De joven ella soñaba con pertenecer al ejército —explicó Moira con un tono soñador que nunca antes le había escuchado—, esta armadura fue forjada junto con su espada.

La capitana acarició el metal de la coraza con una sorpresiva ternura. Después carraspeó, levantó los ojos y me miró con su austeridad habitual. Lara Moira hizo una reverencia, se dio vuelta y salió de la habitación dejándome con una de las posesiones más valiosas de mi madre.

*****

Toqué la puerta de la habitación de Keysa, del otro lado su voz diáfana me autorizó a entrar.

—No voy a llorar. —Fue lo primero que me dijo cuando crucé el umbral—. Sé que volverás, ¿verdad?

Me acerqué a ella sonriendo. Decía que no lloraría, pero en sus mejillas doradas había huellas de lágrimas que ya se habían secado.

—Claro que sí, regresaré por ti y nos iremos a Doromir, ¿recuerdas?

—¿Lo prometes? —preguntó con voz temblorosa.

—Lo prometo.

Abrí los brazos y Keysa se arrojó a ellos, le acaricié el cabello conteniendo las lágrimas. Tampoco yo quería llorar.

—¿Tienes la pluma? —pregunté sin soltarla. Ella asintió—, no te separes nunca de ella, así podré encontrarte. Te quiero Keysa. Gracias por salvarme tantas veces de mí misma.

Keysa se separó de mi abrazo y me miró a los ojos, parecía buscar una verdad oculta en ellos.

—No me digas eso, siento que te despides de mí. No quiero que te despidas, Soriana.

—No lo hago tonta. Es solo que nunca te digo lo que siento y lo muy agradecida que estoy con los dioses por haberme cruzado en tu camino.

Ella sonrió. Su rostro fue, entonces, una parte de ternura, una de tristeza y otra de alegría.

—También te quiero —dijo ella con la breve sonrisa dibujada en los labios—. Regresa pronto, ¿sí?

—Antes de que se consuma una vela de Ormondú estaré de regreso.

Volvimos a estrecharnos con fuerza, la besé en la cabeza y en las mejillas. Podía contar con los dedos de una mano las personas que había querido durante mi vida. De todas ellas, tal vez a la que más le debía era a Keysa. Me prometí que volvería a verla.

*****

En los terrenos aledaños a la casa aguardaban decenas de hipogrifos y soldados, todos listos para la batalla. En ese momento el miedo en mi interior aumentó. Los pensamientos intrusivos de que comandaría a esos hombres y mujeres a una muerte segura cada vez eran más frecuentes, así como la irrupción de los recuerdos del día en que mi madre murió, cuando, con mi poder oscuro, maté a cientos de alferis y de nuestros propios soldados.

Hubiera deseado no tener a nadie a mi alrededor e ir sola al encuentro de Dormund, de ese modo la única que correría peligro sería yo.

—¡Que las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza! —saludaron los soldados al únisono.

La sorpresa en el rostro de lara Moira al mirarme duró un instante, luego aparecieron una ligera sonrisa y una leve inclinación de cabeza. Imagine que le impactó verme vestir la armadura de mi madre.

La armadura era cómoda. Tal como ella había dicho, las partes de metal eran maleables y parecían adaptarse a la perfección a mi cuerpo, como si estuviesen hechas de cuero. Era muy diferente a la pesada armadura de los alferis que había usado en el combate contra Athelswitta.

Augsvert III: la venganza de los muertosWhere stories live. Discover now