23| El tú y yo de aquel día

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Me gustaría volver a ese día, al comienzo de todo. Me gustaría disfrutar cada momento, grabar cada detalle en mi memoria, memorizar nuestras conversaciones, recordar todo lo que hicimos mal para enmendarlo.

Y pensar eso hace que me duela ver cómo han terminado las cosas, no debería querer ir al pasado para estar bien contigo, debería querer seguir avanzando al futuro porque sé que estaré tomando tu mano.

Ese solo pensamiento me lleva a una sola conclusión: Tal vez no debí haberle confesado que me gustaba.
No lo digo porque no lo quiero, sino porque él estaba bastante bien antes de mí y nuestra relación era a prueba de problemas. Oliver es, sin duda, lo mejor que me pasó en la vida, pero yo no he sido lo mejor para él. No merece a alguien como yo, merece mucho más. Si tal vez nunca le hubiese dicho lo que sentía, entonces no tendría que estar atravesando por esto. Preferiría ocultar mis sentimientos, pero seguir siendo su amigo, que poner en juego más de una década de amistad.

Maldita sea, sueno tan absurdo y me estoy comportando como un imbécil, el problema no es haberle dicho lo que sentía, el problema es no haberle dicho lo que pasaba. Solo hay un responsable para esto y soy yo. Solía tener el control de mi vida, pero ahora no tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo con ella. Me desangro por todos lados. Herí a todas las personas que más quiero, a mi mamá, a mi hermana y a Oliver. ¿Cómo puedo estar tan tranquilo sabiendo que lastimé a las personas que menos merecen que los trate de esa forma?

En serio no sé qué estoy haciendo, todo a mi alrededor se derrumba y no tengo suficientes manos para sostenerlo todo al mismo tiempo. Siento que en lugar de avanzar no hago más que tropezarme y caer. Mi vida se ha ido cuesta abajo en solo semanas y ni siquiera puedo con una cosa a la vez. Todo esto es cansado.

Te entiendo, Oliver, yo también estoy cansado de mí.

Chris se acerca y deja con cautela un plato sobre el fregadero. Lo miro de reojo y le lanzo la peor de mis miradas, odio cuando las personas colocan algún traste justo cuando estoy lavándolos.

Él se limita a sonreírme con inocencia. No replico ni me quejo, pese a que no me gusta esto, sé que esta es mi forma de pagarle. Es lo menos después de haberme permitido quedarme en su casa sin pagarle nada, además, gracias a él también conseguí un empleo.

Nunca creí que le agradecería a mi ex, pero... Ugh, no, no lo haré.

Él se queda parado al lado de mí y no dice nada, solo me ve en silencio. Trato de ignorarlo y continúo lavando los vasos, pero mi mal temperamento de estos últimos días y mi poca tolerancia no me dejan fingir que estoy solo. Frunzo el ceño tanto como puedo y me muerdo la mejilla interna.

Parece que Chris se ha propuesto poner a prueba mi paciencia, pues se asoma por mi costado y continúa observándome como si fuera un agente de inspección que analiza cómo lavo los platos y vasos. Asiente un par de veces y me da la impresión de que está diciendo en sus adentros «en efecto, eso es un plato». 

Persisto en mi intento por no decirle nada y por soportar que esté mirándome, sin embargo, en cuanto él comienza a criticar en voz alta que no los estoy lavando bien siento que estoy llegando a mi límite, aun así, me callo. Chris continúa provocándome para que le diga algo, pero al no obtener respuesta, bufa.

—Hay algo que la gente llama... Uhmm... ¿cuál es su nombre? Ah, ya recordé, "comunicación". No sé si te suena.

Ruedo los ojos y dejo de lavar para encararlo, hasta aquí llegó mi paciencia. Él retrocede un par de pasitos y me ve con un poco de pánico mientras lo apunto con el estropajo. 

—Hay algo que se llama "no meterse en donde no te llaman" no sé si conoces eso.

«Y si no te gusta cómo lavo, hazlo tú», me guardo eso.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now