042 (Parte 1)

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Alaris POV's



Los dedos de Kellan tiran de los míos mientras nos guía hacia el lago. Con el reflejo de la luna alumbrando nuestro camino su tacto es gentil y suave al ayudarme a despojarme de la ropa. La fría brisa de los últimos días de verano golpea mi piel erizando los vellos de mis brazos.

Pantalones, camiseta, bragas y sostén, yacen a un costado de mis pies.

Kellan me observa desde una corta distancia absorbiendo cada detalle de mi cuerpo, cada lunar, la irregular y pequeña cicatriz que me he hecho al montar una vez en bicicleta, y la marca de nacimiento por encima del hueso de mi cadera. A primera vista la mancha pasa desapercibida, pero él conoce mi piel, la ha tocado y admirado, se ha fundido en mi más veces de las que soy capaz de contar. Así que sus ojos se dirigen allí inmediatamente, extendiendo su mano para dibujar por encima con la yema de su dedo pulgar.

Sin articular palabra se deshace también de sus prendas. El trabajo de la aguja entintada que ha marcado permanente su pecho, brazos y clavículas, queda al descubierto. No me canso de admirar sus tatuajes aunque no tanto como podría pasarme horas enteras absorta en la laguna de su mirada.

Aún en un cómodo silencio vuelve a entrelazarnos en un agarre seguro. Mi corazón debajo de mi pecho se desata con latidos nerviosos al sentir el roce del agua en mis pies. Lo miro con pánico y en su expresión resplandece el sosiego ante la fotografía que un lago tan bello y a la vez intimidante como Grassy Pond puede generar. Su calma me traspasa y el ruido ahogado que cae de mi boca cuando nos mete más hacia adentro se ve interrumpido por sus labios sobre los míos.

Me aferro a su cuello, con las piernas enredadas en su cintura y sus manos en mis muslos, lo abrazo con fuerza a medida que el agua helada nos envuelve. Respondo al beso con la misma palpitante necesidad suya y el familiar calor que comienza a correr por mis venas hace que me olvide de las bajas temperaturas en las que estamos. O más o menos.

—No está tan mal, ¿o si?—Sonrío contra sus labios, negándome a apartar la vista de sus ojos para recorrer el paisaje. Estaré bien mientras me concentre en él.

—Dime que no haces esto a menudo. Está helada—Mis dientes chocan con un castañeo.

—Está ideal—La felicidad que se destaca en sus rasgos me convence de que hacer esto por él vale la pena.

—¿Te repites eso hasta que te lo crees?

Una carajada brota desde su garganta.

—Pronto será imposible sacarte de aquí, serás como una sirena—Bromea, dándole un breve apretón a mis glúteos.

Bufo—Primero tengo que aprender a no ahogarme.

—Puedo enseñarte—Ofrece con auténticas ganas.

—Dudo que seas un profesor muy paciente—Enarco una ceja.

Una sonrisa malvada tira de la esquina de su boca.

—No hay nada mejor como la terapia de shock. Te tiro, y bueno, nada como pez nena.

Mis ojos se abren cuando hace el ademán de dejarme a merced de mis castos conocimientos sobre natación. Que se basan literalmente en patalear de forma cómica y un poco vergonzosa e inflar las mejillas para aguantar el aire en mis pulmones.

—No me sueltes—Suplico, el miedo filtrándose a través de mi voz.

El pelinegro sonríe abiertamente, estrechándome todavía más, muy a gusto al tenerme apretada contra si mismo. Consciente de que es mi salvavidas humano, cómodo con la idea de cuidarme.

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