—¿Qué hacemos aquí?

—Tus servicios como niñera se suponía que hubiese sido temporal. Hasta que Constantino alcanzara los once años. Lo que ocurrirá mañana. Yo te advertí que, si no te marchabas, te quedarías para siempre. El niño debe empezar su entrenamiento y pasaremos una temporada en ello. Tu función seguirá siendo la misma, solo que en una diferente localización.

—Me seguirás dando un sueldo ¿no? Porque sería el colmo venir a un nido de mosquitos y no poder compensarme con un par de Stilettos.

Renzo la miró sin entenderla. De todo lo que le había dicho, solo le importaban sus maldito zapatos.

—¿Si te enteras de que estás en el fin del mundo con el mafioso más peligrosos de toda Europa y sus hombres?

Gia se carcajeo burlona.

—Espera, espera, agarra la humildad que se te escapó por la ventana. Entérate, todos los mafiosos piensan que son los más peligrosos de su territorio. Me importa un carajo si eres el presidente, mientras me pagues para darme mis caprichos, no tendremos problemas.

Constantino miró a Gia alegre.

—¿Sabes que me van a enseñar a golpear, pero ya yo estoy adelantado porque tú me enseñaste?

Renzo entrecerró los ojos en ambos.

—Se supone que era un secreto, Constantino. —la castaña se llevó la mano a la frente preparándose para liderar con el mastodonte sudoroso a menos de un metro de ella.

—Explícame. ¿Cómo es eso de que le enseñas a mi hijo a golpear?

—Había un niño que lo molía a golpes hasta que le enseñé a defenderse y el otro salió peor. Si no te enteraste es porque no quisiste, el golpe del labio no era obra del espíritu santo. ¿Fuiste a la escuela a quejarte? No. Obvio el acoso escolar no iba a pararse solo. Tomé clases de defensa personal, así que sé patear trasero perfectamente.

—Eso no viene en tu archivo.

Gia se encogió.

—¿Es mi culpa que tu investigador no haya ondeado más? —Renzo se le quedó mirando y Gia tomó otro sobo de agua para sonreír levemente y pestañear delicadamente. —Lo que me lleva a preguntarte ¿Puedo entrenar también? Desde que empecé a trabajar para ti no he hecho ejercicio y ya me está pasando factura.

Renzo hizo una mueca.

—No puedo supervisar a dos personas.

—No te preocupes, Vicenzo me puede ayudar.

—Olvídalo, tu puesto es al lado de Constantino. Ya veré, si no eres un desastre y no estorbas puedes entrenar. ¿Vale?

Dos días después, entrando al pequeño armario que tenía en la habitación, observó toda su ropa más otro par de conjuntos adecuados para el área. Se puso una licra negra y un top del mismo color, escogió los Stilettos rojos y negros. Se peinó en una cola de caballo alta y se miró en el espejo impecable, pecaminosa y lista para demostrar que no sería ningún estorbo.

Caminando al campamento, los hombres se le quedaban mirando, no era algo que le molestara. Al contrario, la hacía sentirse deseada y la elevaba más de lo que los diez centímetros lo hacían.

Llegada a la lona, Vicenzo casi se cayó de la silla al verla. Renzo la miró como si fuese una anaconda localizando al próximo desgraciado.

—Me temo que esta vez los Stilettos no te servirán de mucho. Entra a la lona y déjame ver lo que tienes. —habló Calaveras atrayendo la atención de los más cerca de la zona. —Ruby, entra con Gianna.

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