Capitulo XIII: En los linderos del reino (II/III)

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—Keysa.

¿Dónde estaba Keysa? Me levanté de la cama y el mundo empezó a girar sin control, era una sensación similar a la resaca. Tuve que sujetarme de la mesa para no caer hasta que poco a poco el mareo cedió y mi cuerpo se estabilizó. Cuando por fin la habitación dejó de dar vueltas, fijé los ojos en la mesa, había un vaso con agua y una armónica.

—Aren.

Era su armónica, la misma que le había visto tocar tantas veces. ¿Podía ser que no fuera una prisionera? ¿Que Aren y su armónica hubieran estado acompañándome mientras dormía y que por eso había soñado con esa canción?

Terminé de erguirme y esperé a que el mareo cesara del todo. El pecho me dolía un poco cuando respiraba, pero no era algo que me impidiera caminar. En el respaldar de una de las sillas había un vestido de un color gris muy claro y unas zapatillas elegantes en el suelo. Me lo puse con cuidado, sintiendo dolor en cada movimiento. Cuando terminé, alisé la falda. El tejido era seda de araña, tan fina como aquella que solía usar en mi adolescencia. Las líneas del traje eran simples, con un cuello amplio que se extendía de un hombro a otro, mangas muy anchas y un corte que me entallaba ligeramente el cuerpo. Los orillos de las mangas y el cuello estaban bordados con hilos de plata y un cordón del mismo metal brillante me ceñía la cintura. El vestido me recordó a mi madre.

Me calcé las zapatillas. Paso a paso me acerqué hasta la puerta y la abrí con cuidado. No se escuchaba ningún ruido. Asomé la cabeza, afuera había un largo pasillo que, a diferencia de la habitación donde me encontraba, no estaba a oscuras. No obstante, lo importante era que no había nadie a la vista, el corredor estaba desierto.

Al salir me di cuenta con sorpresa que era de día. Al final del corredor había una sala bordeada de grandes ventanales abiertos de par en par. Era de mañana, el sol estaba bajo y algunas nubes grises presagiaban mal tiempo. A lo lejos podía verse el mar.

—¿La costa? —Tal parecía que había ido a parar a la costa de Augsvert.

En uno de los extremos de la sala había una escalera que bajaba y frente a mí, a cada lado del corredor, varias puertas. Quizás detrás de alguna de ellas se hallaran Keysa o Aren. Deseché por completo la idea de que era una prisionera. Esa casa no tenía el aspecto de una cárcel, tampoco había nadie custodiando. Tenía la impresión de que me encontraba con amigos.

Entonces recordé a Moira, a los soldados de la guardia azul y a los hipogrifos que habían aguardado en el jardín para sacarnos del palacio Flotante. ¿Estaba en la casa de Moira o en la de alguno de sus aliados?

Me acerqué a la primera puerta, antes de girar el pomo encendí mi savje, no parecía ser una prisionera, pero mejor estar prevenida.

La habitación era tan sencilla como aquella donde me había despertado, con la diferencia de que las ventanas se encontraban abiertas de par en par y la brisa salitrosa agitaba las cortinas

—¿Hola?

Nadie respondió. Iba a marcharme, pero mis ojos se desviaron hacia el armario, a través de las puertas entreabiertas se podían ver algunas prendas de seda de araña de colores muy claros. Los tejidos, con esa característica tan particular que los hacía parecer agua fluyendo, brillaban tenuemente. Tragué saliva y con un miedo inexplicable me acerqué al armario.

Extendí una mano temblorosa y abrí la puerta, en el fondo sabía lo que encontraría. Adentro colgaban varios vestidos muy similares al que yo usaba, reconocí algunos que habían sido de mi madre.

—¡Selene! —El susurro quedo a mis espaldas me hizo girar.

De pie, detrás de mí, se encontraba lara Moira mirándome impávida. La capitana se acercó muy lento, de los ojos oscuros brotaron un par de gruesas lágrimas.

Augsvert III: la venganza de los muertosWhere stories live. Discover now