1.Benvenuto

Depuis le début
                                    

—¿Hay algún problema Agente William? —preguntó el general Mount con una mirada calculadora.

—Ninguno.

«Si tienes en cuenta que tengo menos instinto maternal que una tortuga.» se dijo para sí.

En las semanas siguientes hicieron entrega de su nueva identidad, a la que había ayudado a confeccionar. No podía ser algo tan abstracto como para no poder mezclarse con el personaje. Debía tener retazos de la propia Gia y como era la misión que había esperado con ansias, le puso empeño.

Gianna Salvatore, huérfana de padres, crecida en un orfanato de Florencia. Cuando cumplió mayoría de edad emigró hacia el reino unido, trabajó como mesera y estudió psicología. Su tutor de maestría y exmilitar la instruyó en el arte de la cama y la autodefensa. Le había dado las armas necesarias para que ningún bastado la jodiera. Su pasión por los Stilettos no podía faltar. Soltera y sin hijos. Con un estado económico estable.

El spa en el que pasó su último día tenía la misión de dejarla tan fresca como una lechuga, su hermana de crianza, Sage William, quien ejercía de psicóloga en la agencia, la acompañaba.

—¿No te dijeron por cuánto tiempo?

Gia negó.

—Estamos a ciegas, pero el tiempo que tenga que ser. No me importa si con eso consigo vengarle.

—Si la venganza es lo único que te motiva, estas jodida. No quitará el vacío que tienes. Ni te dará paz. Solo te dejará sin propósito. —Sage dejó la copa de champán. —Lo digo en serio, si tienes algo más a lo que aferrarte, hazlo.

—¿Sabes que en mi nueva identidad soy psicóloga? No, serio. Contigo no se necesita una escuela, das lesiones diarias y gratis.

Sage levantó una ola de agua del hidromasaje.

—Odiosa. —se carcajeó.

—Prométeme que te vas a cuidar. —Gia la miró con preocupación. No se habían despegado desde que entró a su casa a robar y la cogieran infraganti. Tiempos oscuros que la hacían tragar duro. —Y dile a mamá que no se preocupe si no oye de mí.

—Eso es como pedirle a un pez que no nade. Eres la favorita.

Cerró los ojos con una sonrisa sabiendo que era la favorita.

—Que puedo decir, la cigüeña me trajo de quince años. No tuvo que aguantar mis berrinches, ni mis mocos, ni orina y mucho menos la caca. —Gia enumeró con una mueca.

—Estás mentalizada que estarás cuidando a un crío y tendrás que dejar tu aberración por los niños a un lado ¿no?

Gia hizo una mueca de vomito finido.

—Ni me lo recuerdes que me empacho. Mejor pasemos a los masajes con el buen mozo tatuado y nos vamos a la agencia.

Haciendo las maletas metió lo que Gianna vestiría, se resumía en vestidos sueltos y de sirena. Leggins de yoga, camisetas largas y tops. Lancería de encaje, traje de baño más pequeño que un hilo dental y lo que no podía faltar sus Stilettos. Había creado una adicción a ellos, la hacían darle diez centímetros de más a su metro sesenta y cinco. Un vicio auspiciado por el Comandante Morgan William.

Su figura se precipitó por la puerta con cara de pocos amigos.

—Gia, no.

—Comandante. —saludé.

—Comandante ni un carajo. Esa misión es suicida y estás demasiado comprometida, aunque no lo demuestres. Soy tu papá y te conozco como si te hubiese parido.

Stiletto VendettaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant