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Las tierras de Poniente se encontraban en Kingston Landing, envueltas en la oscuridad de la noche

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Las tierras de Poniente se encontraban en Kingston Landing, envueltas en la oscuridad de la noche. A lo lejos, se escuchaban los tenues sonidos de las celebraciones que se llevaban a cabo en honor al nacimiento de la hija del rey Viserys y su esposa, la reina Alicent. Sin embargo, en la Torre de Maegor, una delicada silueta se encontraba alejada de la festividad, sumida en un llanto silencioso.

Alicent, la reina en cuestión, se hallaba en la soledad de su balcon, lejos de las felicitaciones y los cánticos que resonaban en el castillo. Sus lágrimas caían sin cesar, expresando una mezcla de emociones abrumadoras que la embargaban. El nacimiento de su hija, aunque debería haber sido motivo de alegría y celebración, parecía traer consigo un profundo dolor y desolación en su corazón.

La habitación estaba envuelta en una atmósfera de tristeza y melancolía. las lágrimas de Alicent dibujaban surcos en sus mejillas pálidas. Sus sollozos resonaban en el silencio de la noche, sin ser escuchados por nadie más que ella misma.

En ese momento de desesperanza y aislamiento, Alicent se aferraba a sus sentimientos, dejando que las lágrimas fueran testigos de su dolor y angustia. Aunque se encontraba rodeada de las celebraciones por el nacimiento de su hija, en su corazón sentía una profunda distancia y una carga emocional insoportable.

La reina se perdía en sus pensamientos, buscando respuestas y consuelo en medio de su desconsuelo. En la oscuridad de la noche, la fragilidad de su figura reflejaba la tristeza que la envolvía, mientras sus lágrimas continuaban cayendo en silencio.

Mientras el reino celebraba la llegada de una nueva vida, Alicent se encontraba en la Torre de Maegor, llorando en silencio, atrapada en la complejidad de sus emociones y enfrentando los desafíos y las adversidades que su posición como reina le imponía. En medio de la noche, sus lágrimas se convertían en un testimonio silencioso de su sufrimiento interior.

—¡Eres una estúpida! — me decía a mí misma una y otra vez. Ya no sabía quién era, qué hacía, qué quería. Todo era deber y sacrificio, sin poder siquiera pensar en el egoísmo.

Era la reina más hermosa de Poniente, pero también la más desdichada y miserable. Me sentía como un peón más en el meticuloso juego de mi padre para usurpar el Trono de Hierro. Era la puta disfrazada de reina, moldeada a su antojo.

Solo era una mujer que, desde los trece años, fue usada por tantos hombres que mi padre necesitaba para aumentar su poder, riquezas e influencia. A los quince, me casé con el hombre más poderoso del reino, un hombre que me doblaba la edad y que era padre de mi única mejor amiga en la vida, a quien perdí en el momento en que me entregué a Viserys como esposa sumisa y devota...

A los meses, como se esperaba de mí, di a luz a un nuevo heredero, un niño llamado Aegon, el hijo primogénito del rey. En ese momento, me sentí satisfecha, ya había cumplido con mi deber de dar otro hijo a la corona. Ya no tendría que entregarme a Viserys cada noche dolorosa, fingiendo placer y amor hacia él, escuchando cómo me llamaba "Aemma" mientras me poseía como una muñeca de trapo en busca de su propio placer.

LA ÚLTIMA TORRE:house Of The Dragón AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora