Epílogo 2. (Muchos años en el futuro, en otra vida)

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A él le gusta esta cafetería, no solo porque venden el mejor café y los pasteles de pollo con más pollo de Bogotá, ni porque funciona las veinticuatro horas del día, sino porque ofrece una vista maravillosa de la avenida séptima, con todo el comercio, las personas y las marquesinas con luces brillantes y llamativas de los negocios, vistas que él puede disfrutar mejor en la madrugada cuando decide ir allí a trabajar cuando no puede dormir.

Le gusta siempre sentarse en la esquina, donde el internet tiene mejor recepción y desde donde puede pasar desapercibido para trabajar tranquilo, pero esta noche, la cafetería está llena por la lluvia, con miles de personas escampando y buscando algo caliente para recuperar un poco el calor. A pesar de que son las dos de la mañana, el único puesto disponible es una banca solitaria en la barra junto al gran ventanal desde donde puede ver mejor la ciudad, pero su trasero apenas puede acomodarse.

—¿Desea esperar la mesa de siempre señor? —Le dice el jovén Jesús, que le ha tomado la orden desde hace ya bastante tiempo.

—Dos cosas, Jesús. —Dice el hombre amablemente. —La primera; la banca está bien por hoy, no te preocupes. Y la segunda; me has conocido ya mucho tiempo como para seguirme llamado señor.

—Disculpe, Angel. —Dice al fin el joven llamando por su nombre, al fin. —Tome asiento, en seguida le llevo su café. —Le sonríe y toma su abrigo con gentileza para llevarlo al guardarropa.

Angel camina entre la gente y deja sus cosas sobre la precaria barra antes de sentarse y empezar a trabajar en ese informe jurídico que le ha sacado más canas de las que debería tener a sus jóvenes 25 años.

Lo que pasa ese día corresponde a un cúmulo de coincidencias que lo ponen en el lugar y en el momento correcto. Puede que esa noche hubiera podido concentrarse milagrosamente en su estudio treinta pisos más arriba o que hubiera contado con la presencia de alguna mujer que estuviera sobre él en ese preciso momento. Si no estuviera lloviendo, la cafetería por ende estaría vacía y él hubiera podido sentarse en su mesa de siempre, al fondo del local, puede que a pesar del cambio en su silla habitual, nuestro Angel hubiera podido concentrarse en el maldito informe que tenía que entregar en menos de seis horas, pero nada de eso sucede.

En su lugar, Angel se encuentra distraido, viendo como la lluvia cae sobre la calle, lavando toda la suiciedad que parece haber en las calles hoy en día y reflejando sobre el asfalto negro las luces neón del bar en enfrente, en donde las personas charlan y beben animadas.

Pudo haber apartado la mirada cuando Jesus dejó su taza de café humeante sobre la mesa, pero como si supiera que algo está a punto de pasar, Angel mantiene su vista fija en la calle.

Lo primero que ve es su cabello tan rojo que podría incendiar al mismisimo sol y ue cae sobre sus hombros en rizos rebeldes y desordenados, seguido de sus ojos tan negros como la misma noche sobre sus cabezas, enmarcados por unas gruesas pestañas negras cuyo pestañeo lo deja leventeme atontado. Viste un simple vestido de flores que no cubre más allá de la mitad de sus muslos revelando unas piernas delgadas y esbeltas que caminan fuera del bar que estaba observando hace unos minutos.

Es la mujer más hermosa que haya visto jamás, pero hay algo que no está bien.

La mujer camina con el ceño fruncido y sus manos abrazándose a sí misma para mantener un poco de calor, sin importarle la lluvia o que está completamente empapada y que seguramente al otro día tendrá un resfriado insoportable. Camina como si estuviera huyendo de algo o de alguien en medio de la noche, mientras él se mantiene perplejo en su lugar observándola mientras cruza la calle.

Ella, como si adivinara que la están viendo, levanta la vista encontrando la de Ángel por un breve momento, momento suficiente para que ambos sientan una leve familiaridad, como si se conocieran de antes, el breve destello de mil vidas pasadas parpadeando tan rápidamente entre ellos que se va antes de que alguno de los dos pueda alcanzarlo. Y ella, pensando que tal vez se deba a los efectos del alcohol, niega con la cabeza antes de reanudar su camino a casa, que queda a solo un par de cuadras.

Después de que la mujer ha desaparecido de su campo de visión y recuperándose de su leve aturdimiento, Ángel se levanta como si tuviera resortes en el trasero y corre hacia afuera del local como si su vida dependiera de ello, sin importarle que su costoso traje quede arruinado por la lluvia, sin importarle que sus cosas hayan quedado abandonadas en la cafetería, sin importarle su maldito informe jurídico.

Solo tiene una cosa en mente, solo un pensamiento se repite en su cabeza mientras avanza calle abajo a grandes zancadas para alcanzar a la mujer que en menos de dos segundos parece haberse metido bajo su piel:

No la dejes ir.

El Cielo De Abril  [TERMINADA]Where stories live. Discover now