Capítulo 5: "¿Cómo saber que eres un fantasma, si siempre has sido una?"(Abril)

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Alejarme de aquella fiesta supone un trabajo enorme, como si tuviera que usar todas mis fuerzas para caminar en dirección contraria a la que está Ángel. No quiero estar ahí, pero es como si todas las células de mi cuerpo me estuvieran ordenando lo contrario.

—Joder, Abril concéntrate. —Me ordeno en voz alta mientras me aferro con fuerza a una de las bancas ubicadas en el camino entre su residencia y la mía y me obligo a sentarme para recuperarme un poco.

Ángel es un completo imbécil, de eso no cabe duda y de solo pensar en la forma que me trató hace un par de minutos me hace hervir la sangre, me dan ganas de agarrarlo del cuello y...

—Okay, respira... inhala, exhala. —Suspiro de manera compasiva y masajeo mi frente como si así fuera a encontrar mi estado zen.

En fin, si, Ángel es un completo imbécil, pero sus palabras aun resuenan en mi mente: "No sabía que los muertos mearan... atravesar la pared." Sé que tal vez solo haya estado intentando fastidiarme pero no puedo evitar empezar a ser más consciente de mi entorno.

La noche es oscura y el viento sopla fuerte sobre las copas de los árboles, pero no puedo sentir el viento frío sobre mis mejillas. Son las tres de la mañana y el rocío cae dulcemente sobre el pasto, humedeciéndolo antes del amanecer, pero no puedo sentir el rocío empapando mis manos cuando estiro la mano y la paso sobre la hierba mojada.

No recuerdo haber abierto ninguna puerta el día de hoy, de hecho, no recuerdo nada desde hace un buen tiempo.

Trato de estrujar mi cerebro en busca de sucesos fáciles: ¿Qué desayuné esta mañana? ¿Qué estaba escrito en el tablero durante la clase de hoy? Es más, ¿Fui a clases hoy? ¿Qué día es hoy? y fuera de chiste, ¿Cuándo fue la última vez que meé?

No hay nada.

Al principio asocio mi falta de memoria con una recaída depresiva o algo parecido, pero según mi psicóloga lo he estado haciendo bastante bien. Sin embargo, estoy rezando para que sea una eso y no lo que Ángel escupió en mi cara hace unos minutos y que en realidad estoy muerta.

Solo existe una manera de salir de la duda: Tengo que hacer contacto social.

Decido que no quiero volver a esa condenada fiesta, pues temo que mis pies me traicionen y terminen llevándome de nuevo a su habitación, así que camino en dirección a mi facultad, donde seguramente debe haber estar el señor Ruiz, un vigilante con el que me cruzo a menudo cuando salgo tarde o cuando llego antes del amanecer, él debe estar de guardia hoy.

En cuanto llego me paro frente a la fuente, que es mi lugar favorito de toda la universidad, el agua me resulta relajante, como si pudiera llevarse todos mis problemas y mágicamente lavar todo lo malo. Disfruto hacer una que otra pausa al entrar o salir del edificio y tomar un par de respiraciones al ritmo de la cascada, para lograr calmar mis nervios, pero esta vez la sensación me resulta diferente; un escalofrió me recorre toda la espina dorsal, como no debiera estar ahí, como si algo anduviera mal.

A lo lejos puedo divisar al señor Ruiz que se encuentra dormitando en su puesto de trabajo, estirado sobre dos sillas de plástico acomodadas una frente a la otra haciendo las veces de cama. Camino rápidamente hacia él haciendo más ruido del normal para que se despierte y me pregunte que estoy haciendo ahí a esas horas, pero al parecer está tan profundo que no parece escucharme.

—Señor, Ruiz, buenas noches. —Saludo cuando me paro frente a él, solo obtengo un ronquido como respuesta. Me aclaro la voz y prosigo: —Lamento la molestia pero me he dejado mis papeles de... —Hablo casi al borde de los gritos, pero no parece inmutarse.

Suelto un suspiro de frustración y me llevo el cabello tras las orejas con determinación antes de intentar mi siguiente movimiento.

Empiezo a aplaudir tan fuerte como puedo mientras canto la canción de las mañanitas a todo pulmón. Dios santo, esto podría escucharse hasta China, pero es como si hubiera tomado tres frascos de Valeriana. No se mueve.

Porque solo tiene el sueño pesado y es por eso que no puede oírme, ¿Verdad?

Exasperada soplo un mechón de cabello sobre mi frente mientras pongo mis manos en jarras casi quince minutos después, cuando se me han acabado todas las ideas para despertarlo. Le he gritado en el oído, he cantado casi todo el repertorio de RBD y algunos villancicos navideños, pero el tipo parece estar en su quinto sueño.

—Bien muchas gracias por nada. —Escupo dándome media vuelta y bajando los peldaños de las escaleras dirigiéndome de nuevo hacia la fuente, como si eso pudiera ayudarme en algo.

Intento sacudir esa sensación de malestar, pero me es imposible. Incluso cuando cierro los ojos con fuerza y suelto todo el aire puedo sentir la incomodidad crepitando en mi pecho. No logro explicarme porque, hasta que abro los ojos.

Con mi vista periférica logro captar una pequeña forma al pie de la fuente que se tambalea con el viento, como si pudiera salir volando en cualquier momento. Me acerco y en cuestión de segundos logro divisar la explicación a todo el malestar.

Hay una margarita solitaria dentro de un paquete plástico descansando sobre una placa gris con mi nombre y mi foto de admisión, que reza:

En memoria de Abril Todh

Estudiante sobresaliente

5 Abril 2004 — 23 Abril 2022

Eso es todo, no hay un: Amada amiga y compañera, te extrañaremos y serás un ángel que nos acompañe desde el cielo. Nada de eso. 

Solo una placa deprimente con mi nombre mal escrito que me confirma lo que me temía.

Estoy muerta.

El Cielo De Abril  [TERMINADA]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant