Capítulo 7: "Agujero negro" (Abril)

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—Dios, desearía que estuvieras viva y así no me estuvieras arruinado la vida. —Me dice arrinconandome contra su escritorio mientras sus ojos azules me atraviesan como si fueran espadas.

Sus palabras me lastiman, me queman por dentro y, a pesar de que estoy muerta y que se supone que no debo sentir nada, siento como mi muerto y putrefacto corazón se retuerce y se rompe de nuevo cuando me doy cuenta que estando viva no era suficiente y estando muerta no puedo parar de estorbar.

Él desea que estuviera viva para seguir siendo invisible ante sus ojos, para que pudiera seguir viviendo en medio de su burbuja de fiestas, sexo y alcohol sin tener que lidiar conmigo, sin tener que cargar con mi culo muerto a todos lados, él desearía que estuviera viva para seguir estando muerta para él.

¿Y qué hay de mi? ¿Acaso no quisiera estar viva para poder sentir el viento en mi cara, para poder conocer el mar y ver un atardecer desde el café del sol en Cartagena, para poder bailar a la orilla del mar hasta que me quemaran los pies? ¿Acaso no desearía estar viva y tener una oportunidad de hacer todo lo que la muerte me había arrebatado?

—Si, yo igual. —Le digo en un susurro sin poder controlar las dos lágrimas rebeldes que se escurren por mis mejillas.

Ángel es alguien orgulloso, prepotente y que jamás da su brazo a torcer, lo había aprendido de la peor manera desde que aparecí en su habitación la noche anterior y le arruiné el polvo con Celeste. Es evidente que no me quiere aquí, que preferiría sacarse los ojos que tener que verme y que vendería su alma al demonio si con eso lo dejo en paz.

A decir verdad a mi tampoco es que me apetezca mucho estar a tres metros de este loco, pero no sé porque siempre termino aquí, es como si cada paso de mi errante eternidad me condujera a donde sea que este Ángel y que cada vez que intento alejarme tuviera que enfocar cada partícula de mi energía en poner un pie frente al otro. No sé cual sea la estúpida fuerza que me trae aquí cada vez, no sé si sea Dios, Zeus, Odin o el mismísimo demonio, pero no podría estar más equivocado al querer mantenernos juntos; Ángel no me quiere aquí y este tampoco es mi sitio favorito, así que en cuanto los rociadores automáticos contra incendios se activan, me concentro y enfoco cada fibra de mi energía en salir de aquí.

Al inicio me cuesta un montón pues no sé a dónde quiero ir en realidad, pero en cuanto logro visualizar las paredes tapizadas de mi cuarto en mi antigua casa en Pereira, me puedo desprender de su energía desesperada para encontrarme de cara con uno de mis lugares favoritos en el mundo.

El ambiente es cálido y reconfortante, con montones de luz filtrándose por la ventana iluminando la estancia, nada comparado con el frío austero y distante de la ciudad. Recorro la habitación tocando mi colcha de margaritas, mis almohadas afelpadas, los dibujos que hice para decorarla cuando tenía quince, mis pinturas, mis novelas de amor, mi viejo ordenador de mesa con una cola gigante y que me delataba cuando intentaba usarlo en la noche pues sonaba tan fuerte como una turbina de avión. Todos mis objetos preciados se encuentran aquí y el reencontrarme con ellos por primera vez en dos años desde que me fui a la ciudad para empezar mi vida universitaria me hincha el corazón de felicidad mientras una sonrisa melancólica deja mis labios.

—¿Has oído eso? —Pregunta una vocecilla triste del otro lado de la puerta cerrada.

—No ha sido nada, Aurora. Por favor ven conmigo, tienes que comer algo. —La segunda una voz mucho más fuerte, pero que suena exhausta.

Los identificó de inmediato como mi madre y mi padre, Aurora y Germán. Están aquí, a solo unos pasos de mí.

—No, no no. Estoy segura de que he oído algo. —Dice ella un poco más fuerte esta vez y abre la puerta de mi habitación un par de segundos después, buscando el origen del ruido. Yo.

Por un momento siento que puede verme pues sus ojos parecen fijarse directamente en los míos con un brillo extraño. Luce cansada, con un par de círculos oscuros e hinchados debajo de los ojos, que contrastan de manera escalofriante con su piel blanca, su cabello recogido en un moño despeinado y una mueca constante dibujada en su labio inferior que solía ver solo después de que lloraba por algo.

Detrás de ella está mi padre, un hombre moreno y bajito a quien los cincuenta y nueve años no parecían haberle pasado factura, hasta ahora, pues parece haber envejecido veinte años más en tan solo tres semanas, con más arrugas de las que puedo contar y una palidez casi mortal en sus mejillas que puedo notar incluso a pesar del tono cálido de su piel.

—Aurora. No hagas esto, por favor. —Dice él llegando junto a ella dentro del cuarto y tomándola delicadamente por los hombros. —Ella ya no está.

—No. —Dice ella y se safa de su agarre, llegando justo frente a mí. Pienso que me está observando directo a los ojos y pienso en estirar mis manos para poder tocarla y decirle que aquí estoy, pero luego de un microsegundo camina dos pasos más, atravesandome por completo.

—Esto no estaba así. ¿No lo ves? —Toma entre sus manos el cuadro que hice de mi película favorita The Professional y lo endereza un par de grados, acomodandolo de nuevo en su lugar.

—Aurora... —La reprende él llegando junto a ella, al tiempo que me atraviesa también.

—No, Germán. Por favor no me hables como si estuviera loca. Ella está aquí. Puedo sentirla. —Su labio inferior vuelve a temblar y sé que está a punto de echarse a llorar.

—Ella ya no está con nosotros, amor. Ella tomó su decisión. —Dice él y la abraza justo cuando ella rompe a llorar.

—Debió ser un error, debió resbalar, alguien debió empujarla. Ella jamás haría algo así. ¿Recuerdas que quería ir a la playa después de terminar su semestre en Agosto?

—Mi vida, Abril sufría de depresión, ¿lo recuerdas? Sé que creíamos que lo estaba haciendo bien, pero estábamos equivocados. —Ahora a mi padre se le quiebra la voz y la sostiene con más fuerza.

—Debimos haber estado, debimos haberla llamado más seguido. ¡Debimos cuidarla, Germán! —Solloza y su cuerpo empieza a temblar hasta que es incapaz de sostenerse de pie y terminan ambos sentados sobre mi alfombra. Mi corazón se estruja de nuevo al verlos así y no poder hacer nada. Me siento culpable, sucia y miserable por haber hecho algo así. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Lo siento, mamá. Lo siento tanto. —Sollozo con ellos y me acurruco a su lado, buscando un poco de calma.

Trato de volver a ese día o a lo que fueron mis últimos días en la universidad, trato de recordar qué era lo que me hacía tan infeliz para querer saltar, pero no logro encontrar nada, es como si en mi corazón y en mi memoria hubiera un agujero negro que se encargó de remover esos recuerdos de mi ser, lo que me hace pensar que algo turbio pasó en realidad y que mi muerte fue producto de algo retorcido y macabro.

Tal vez no he podido trascender porque debo descubrir qué fue lo que pasó en realidad, tal vez la misión de mi nueva vida como muerta sea encontrar la verdad y darle a mis padres la explicación que se merecen para que todos podamos soltar y seguir adelante.

Mis sentimientos de culpa se transforman en determinación y de repente toda la oscuridad que me rodea se dispersa un poco, dejándome entrever un pequeño punto de luz, una diminuta esperanza que se abre sobre mi cabeza y que me da un nuevo propósito.

La pregunta es, ¿Cómo voy a lograrlo si la unica persona que puede verme me odia?

El Cielo De Abril  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora