•𝙻𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚗𝚒ñ𝚊 𝚜𝚒𝚗 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎•

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Pero cuando ella se fue las cosas empeoraron, todo el mundo la juzgaba, nadie la ayudaba. Nunca tuvo nombre, para todos solo era la hija de la prostituta del barrio.

—Mocosa, ven —por primera vez en mucho tiempo su madre no la miraba con odio ni desdén, hasta parecía algo alegre—. Me voy a trabajar, el señor Mario dijo que te pagaría y te daría de comer si le ayudabas a empacar para su mudanza. Se útil.

Ordenó antes de salir de la habitación y la niña asintió aún si no la veía. Daría su mejor esfuerzo para que su madre se sienta orgullosa. Se vistió con un overol y salió hasta la casa del señor. En la entrada había una mezcladora de cemento, había escuchado de los vecinos que tenía que dejar reparando el garaje de la casa antes de mudarse.

Un señor robusto la recibió con una sonrisa, le indicó que hacer y empezaron a guardar las cosas de la casa. Luego de algunas horas y cuando ya estaba oscuro habían terminado de guardar todo. Se hizo un silencio y algo dentro de ella le decía que escapara, que huyera, pero necesitaba el dinero así que se quedó.

Se arrepintió de no haber hecho caso a sus instintos cuando el hombre la atrapó e inmovilizó en el suelo, intentó huir, quiso gritar por ayuda pero no sirvió. El hombre se sentía como la muerte misma.

—¡Cállate mocosa! —apretó su cuello privándola de aire, ella comenzó a llorar— No te resistas si no le pagaré menos a tu madre.

Ahí algo encajó en su cabeza y las lágrimas cayeron aún más espesas, su madre la vendió. Por eso había estado tan feliz, finalmente se libraría de ella. Como pudo golpeo la nariz del tipo con su frente e intentó salir corriendo. No pudo cuando sintió algo clavarse en su costado, volvió a caer al suelo, esta vez de frente.

No escuchaba nada, solo sentía las manos del tipo presionándola, cuando le quitó el destornillador que le había clavado lo tiro cerca de su cara, con la mirada pérdida y confiando más en su instinto lo tomó y lo atacó como pudo, encajó la herramienta en su cuello de pura suerte.

Salió corriendo hasta el exterior, gritando por ayuda. Agradeció cuando alguien finalmente le tendió la mano y cayó inconsciente al suelo.

—Eres una niña con suerte —escuchó una voz frívola dirigirse a ella, se asusto e intentó quitarse las cosas que tenía encima, el hombre con bata la detuvo—. Si se demoraban en traerte un poco más no lo hubieses logrado. No hagas que nuestro trabajo sea en vano.

—¿Está bien? —una voz gruesa llamó la atención de ambos, un hombre alto e imponente entró en la habitación, miró los ojos de la niña, eran idénticos a los suyos— ¿Cómo te llamas?

No hubo respuesta, la niña dejó de verlo y miró las sábanas blancas que la cubrían, tenía la mirada vacía— ¿Quién eres?

El hombre suspiró y se acercó sentándose al borde de la cama, la pequeña recogió su cuerpo y se alejo lo más que pudo— Sonara raro pero soy tu padre, te estuve buscando desde hace un par de años, tu abuela habló conmigo hace tiempo-

—¡Mi abuela! —sus ojos brillaron con el recuerdo, se acercó un poco inconscientemente tratando de obtener más información, al darse cuenta de esto ella mismo retrocedido— ¿Qué quieres? —sonaba demasiado hostil para ser una niña de siete años.

—Tu abuela me pidió que te cuidara, eso planeo hacer —la niña lo miró desconfiada, parecía un gato erizado intentando aparentar ser más grande para defenderse—. Tu abuela se llamaba Julia, y por si no me crees me hice una prueba de paternidad.

—¿Mi madre dónde está, qué dijo? —miró al hombre con algo de esperanza brillando en ellos, sin embargo, cuando el hombre buscó la mirada del doctor de forma triste e incómoda el brillo se perdió.

Sacó su teléfono y reprodujo un audio— ¿Eres el padre de esa mocosa? ¡Quédate con ella entonces! No me importa, nunca la quise. Ponle un nombre y te la puedes quedar, a mi no me sirve.

La voz de su madre sonaba cruel. Lloró sin moverse ni hacer ningún sonido. Las lágrimas caían sobre la sábana blanca humedeciéndola, se hizo un silencio largo.

—¿Me darás de comer? —preguntó entre sollozos y con un tono lastimero. El hombre, sin saber que más decir solo pudo responder que sí. La pequeña lloró ahora cubriendo su rostro con sus manos.

—¿Cómo te llamas? —la pequeña negó, ahí supo que las palabras de la mujer no solo fueron crueles, si no también literales— ¿Qué tal ________? Así serás ________ Miller

La lágrimas no pararon, al contrario, cayeron con más fuerza. El doctor empujó torpemente a su amigo para que consolara a la pequeña, lo intentó aunque su cuerpo se acomodó de forma rara.

¿Quién diría que luego se volvería un hombre que gustaba de dar abrazos a sus hijos?

•••

Me inspiré y quise completar los vacíos de la historia empezando con la rayis, me falta la relación con Izana y que pasa después de la historia.

Espero verlos pronto 🫂

¡Banda, nos doxearon! [Tokyo Revengers]Onde histórias criam vida. Descubra agora