8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)

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-Arriba no queda nada -dijo con seguridad, mientras una lágrima se escurría por su mejilla-. Nada.

-Eso no lo sabemos -dijo Zero-. Nosotros estamos vivos, quizá...

-¿Crees que pueden estar vivos? -preguntó Alicia sin atreverse a alzar la voz.

No, Zero no lo creía. Había sentido como el mundo temblaba a su alrededor en violenta sacudidas y, aún peor, había visto como una lengua de fuego bajaba por el acantilado y desaparecía en el mar. Allá arriba no quedaba nadie vivo y lo más probable era que ni siquiera hubiera una torre que funcionara y él estaba jugando contra el destino con una baraja trucada, siendo consciente de que iba a perder, pero aun así, forzó la sonrisa cuando contestó a Alicia.

-Nosotros estamos vivos, ¿no? No pensaré lo peor hasta que no vea sus cadáveres.

-La torre... -murmuró Alicia con un brillo esperanzado en la mirada-, la torre está diseñada para aguantar vientos huracanados, tifones y rayos, ¡seguro que todavía funciona! Y la casa... La casa aguanta tormentas desde hace décadas, quizá... quizá aguantó.

-Sí... -Zero asintió, tensando la sonrisa-. Oye, ahora solo llueve. Ha amainado un poco así que intentaré subir, pero si llego arriba y el temporal arrecia, me quedaré a cubierto hasta que amaine de nuevo y puede que tarde mucho en volver. Pero volveré, ¿vale? No te preocupes. Aunque tarde, volveré.

Miró a su alrededor una última vez. Las goteras estaban lejos y si no cambiaba el viento, Alicia se secaría pronto. Zero se fijó en las mangas largas del jersey que Noah le había prestado. De todas formas, no iba a ser muy cómodo para trepar por esa pared así que se lo quitó y lo puso encima a Alicia, eso la mantendría un poco más abrigada. El viento frío hizo que se arrepintiera enseguida de haberse quedado en manga corta, pero duró poco. «No tardaré en entrar en calor», se consoló mientras daba saltos cortos y rápidos mientras agitaba los brazos.

-Ten cuidado -dijo Alicia con los ojos vidriosos. Zero se arrodilló a su lado y la besó en la mejilla.

-Volveré -dijo.

-Lo sé -respondió ella.

*

Ante él, una muralla inexpugnable de rocas salientes y afiladas que se recortaban contra el cielo quién sabe a qué altura. Sabía que no debían ser más de una veintena de metros, pero la oscuridad se extendía ante él y parecía no tener fin. A su espalda, un mar hambriento abría la boca y mostraba sus incisivos de piedra esperando devorarle si se le daba una oportunidad.

La lluvia había amainado, era cierto, pero a pesar de que no era la tormenta en el sentido estricto de la palabra, el agua caía como una cortina continua y goteaba por su cabello impidiéndole alzar la vista. «Fantástico, voy a escalar mirándome a los pies», protestó en su fuero interno. Pero se agarró a las rocas.

Tenía los dedos entumecidos por el frío pero, a pesar de eso, encontró los bordes de la piedra, salientes y cortantes. Hizo diferentes tentativas antes de encontrar un agarre lo suficientemente cómodo como para colgar de él el peso de su cuerpo. Buscó un sitio con los pies. Las botas no le permitían agarrarse con comodidad pero al menos podía avanzar sin hacerse daño. Indagó en sus pocos recuerdos y en las imágenes que guardaba de su vida anterior, intentando hallar algún tipo de ayuda. Algo que le dijera que no era la primera vez que hacía algo parecido. Pero no encontró nada. Sin duda, su vida debía de haber sido muy aburrida.

Miró de reojo la puerta del garaje, todavía estaba a tiempo de regresar, pero regresar significaba tirar la toalla, y condenar a Alicia. Intentó mirar hacia arriba y la distancia se le antojó imposible. Emitió un gañido de desánimo. Apenas había dado un par de pasos, no había ascendido más que unos metros. Pero no había otra salida así que buscó un nuevo asidero con su mano derecha y, de nuevo, tanteó y aseguró antes de buscar un nuevo apoyo con el pie. Poco a poco, sin prisa, asegurando cada paso. Una mano. Un pie. Tardaría pero llegaría. Solo tenía que recordar una cosa: no rendirse.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now