Me froté la cara con las manos, un poco cansado, antes de observar el cuadro que tenía colgado frente a mi escritorio, no era demasiado grande, pero había algo en él que hacía que no pudiera sacarle la mirada de encima.

Suspire y me obligue a mí mismo a abrir la carpeta que me había negado a abrir desde el principio de la semana, el que tenía todos los detalles del accidente que había sufrido.

Uno de los abogados se había ofrecido a llevar el caso el mismo, asegurando que era un caso ganado, pero denegué su oferta y dije que me encargaría yo mismo de ello.

No fue fácil abrir el archivo y ver las fotos que habían, el estado en el que había quedado mi moto, el estado en el que había quedado el auto.

El conductor tenía mi edad y estaba bajo custodia policial, aunque había logrado que lo dejaran libre hasta que el juicio se llevara a cabo, debido a que los exámenes de sangre y orina no habían presentado estupefacientes ni alcohol en ellas.

Me perdí tanto leyéndolo, que cuando quise darme cuenta, eran casi las diez de la noche y me apresure a juntar mis cosas y a pedirme un taxi para que me llevara a mi casa.

Cuando llegué al departamento, Alex no estaba por ningún lado y tampoco me moleste en llamar a su puerta, sintiéndome una mierda por ello y a la mañana siguiente cuando me levanté como cada día, Alex seguía durmiendo cuando salí del departamento. Un auto estaba esperándome en la puerta y me pregunte una vez más porque Harry, el conserje, no estaba en su puesto de trabajo y me dije a mi mismo que le preguntaría a Alex, que ella debería saber si al viejo le había pasado algo.

A pesar de la locura que presentaba, acorde encontrarme con Leo —era quien me había chocado con su auto hacía casi un mes—, en una de las oficinas que usábamos para reuniones en el edificio en el que trabajaba. No había nadie cuando llegué debido a que era muy temprano en la mañana y no tuve que esperar mucho hasta que tocaron suavemente la puerta.

Cuando me encontré con él cara a cara, pareció mirarme unos cuantos segundos el cuerpo entero, cerciorándose de que no había perdido ninguna parte importante de él y por mi parte, me encontré haciendo lo mismo, aunque por motivos diferentes.

No se que esperaba encontrarme cuando estuviera cara a cara con la persona que casi me quita la vida, pero enfrentar a este hombre, que por más que había querido estar prolijo, no había podido ocultar las arrugas en su camisa, la corbata desalineada.

Tiré la carpeta en la mesa, sin decirle nada, simplemente sintiendo que el enojo y la frustración crecían dentro mío a pasos agigantados, mientras lo sentí cerrar la puerta detrás de él y entrar en la habitación.

Preguntó en voz baja si podía tomar asiento y sin mirarlo, le respondí.

—Yo..., señor Weist, no se como empezar para comenzar a disculparme con usted..., nunca pensé...

—¿Que me arruinarias la vida? —Respondí por él y no sentí la más mínima pena cuando lo vi encogerse en sí mismo. —Si, la verdad es que me jodiste un poco, no voy a negarlo —agregue, con sarcasmo.

—Lo siento —fue todo lo que atino a responder.

—Lo sientes —repetí, negando con la cabeza, aunque Leo no estuviera mirándome. —Supongo que lo sentirás más cuando logre encerrarte unos cuantos años.

El muchacho simplemente asintió, resignado, como si ya hubiera hecho las paces con aquel hecho y aquello, de ser posible, logró cabrearme incluso más de lo que ya estaba.

—¿Entonces? —Pregunto y sigue sin poder devolverme la mirada. —Las pericias decían que no estabas alcoholizado ni drogado cuando manejabas, pero apuesto a que no pudieron detectar si había marihuana en tu sistema —murmuro como si esto fuera un interrogatorio. —¿Lo había?

El día que dijimos adiósWhere stories live. Discover now