Capítulo 3

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You were my town  // Now I'm in exile, seein' you out


Pasaron los días y Agustina estaba más tranquila. Los nervios de los primeros despertares habían pasado a ser pequeñas sonrisas y a cortos paseos dentro de la pequeña casa, siempre apoyada sobre el hombro de Betty que la miraba recelosa y con cautela.

Le hacía preguntas sobre su vida para ver si recordaba algo, pero solo recordaba su nombre y poco más de su vida. No se acordaba de por qué había decidido ir a verla ni quién era ella.

Y ella no sabía cómo sentirse, porque ella sí recordaba su relación pasada con la joven que había sido la tercera en una relación y que le había hecho tanto daño cuando pensaba que eran buenas amigas.

Se acordaba de las mentiras, de las falsas promesas y de las palabras como dagas contra su espalda. Y no sabía qué hacer, porque no podía abandonarla en el estado en que se encontraba aunque lo deseaba, debido a que sus propios sentimientos eran un amasijo rojizo dentro de ella.

En una de las tantas comidas que hacían las dos, sentadas frente a frente sin mediar palabra entre ellas, Agustina levantó la cabeza de su plato y sonrió de medio lado a Betty.

Ese día llevaba su larga cabellera negra en una trenza, lo que hacía que la herida de su sien se pudiera ver con facilidad.

—Betty...

—¿Sí? —dijo esta, bajando el botellín de cerveza que estaba a punto de llevarse a la boca.

—¿Qué haces viviendo sola en una pequeña granja en el bosque?

—No es asunto tuyo —y bebió.

—No es muy normal que una mujer viva sola en medio del campo.

—Y no es muy normal que una gilipollas se presente en casa sin avisar y encima haya que cuidarla.

—¿Qué me has llamado?

—Gilipollas.

Cogió su plato y su cerveza y se levantó de la mesa. Salió por la única puerta de la casucha y se sentó en el porche, con los rayos de sol golpeando con fuerza.

Comenzó a morder la comida con furia mientras daba paso a un vacío y un dolor que llevaba experimentando desde hacía mucho tiempo. Sus lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas mientras daba pequeños sorbos a la cerveza.

Los recuerdos de su última pelea con la persona que ella pensaba que iba a estar con ella para siempre volaron a su cabeza como pájaros carroñeros y le inundaron el corazón de un dolor punzante y agonizante.

Y el llanto se intensificó mientras los gritos y las malas palabras inundaban su mente, y como había tomado la decisión más valiente de su vida, salir por la puerta con las maletas y las llaves de su coche para no volver jamás.

Escuchó unos pasos detrás de ella que la sacaron de su trance, y se quedó inmóvil mientras Agustina hacía lo mismo detrás de ella.

—Lo siento, no es asunto mío el hecho de que tú estés aquí. Para ti ya debe de ser duro tener que aguantarme en tu casa, darme de comer, ayudarme y cuidarme. Siento mucho si te he molestado, Betty.

Las palabras sinceras de la mujer hicieron mella en su maltrecho y desquebrajado corazón.

—Siéntate. Voy a contarte una historia —dijo Betty con voz suave, patente en su tono que estaba dispuesta a abrirse.

Agustina se sentó en el porche, mirando a Betty con curiosidad y un atisbo de esperanza en sus ojos.

Betty tomó un profundo respiro antes de comenzar su relato.

SUNSETWhere stories live. Discover now